Guillermo Tell se coloca la bracera, pone su cuerpo en la
posición exacta, apunta y juzga la distancia utilizando su ojo dominante, el
izquierdo. Prepara y orienta la flecha. Tensa el arco y dispara.
Dispara y falla.
Ni la manzana ni su
hijo son rozados. Indefectiblemente, y desde hace un tiempo, sus flechas van a
parar directamente a África y se hunden en un negro. Ninguna da en el “blanco”.
CARMEN F.
4 comentarios:
Dura crítica; descarnada, incluso; insuficiente, seguramente; desoída, por desgracia. A ver si a Guillermo se le rompe, por fin, su juguete preferido.
Un abrazo.
Apropiado para estas fechas en las que la sociedad tiene tendencia a no mirar más allá y a la autocomplacencia. Un abrazo.
Gracias, Esther. Toda la razón. Besos
Gracias, Pedro y sí, aunque lo veo complicado. Besos
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