17 DE FEBRERO
Era doce de
enero y Marisa durante la siesta, soñó que moriría. Concretamente que moriría un diecisiete de febrero.
A partir de ese momento toda su existencia giró en
torno a aquel sueño. Cada año que
comenzaba rodeaba con un trazo grueso de color rojo la fecha designada para su
tránsito final y esperaba.
¿Cómo sucedería? No lo sabía. Pero se preparó para
que fuera lo más tarde posible. Debía engañar a la muerte, burlarla y a eso se
dedicó a partir de entonces.
Cambió radicalmente toda su actividad, abandonó su
trabajo de profesora en el colegio, allí
no había más que gérmenes que la
acecharían, contagiándola de quién sabe qué enfermedades mortales.
Dejó de salir. Procuraba mantener el mínimo
contacto con el exterior, se encerró en su casa a cal y canto. María y Felipe,
sus mejores amigos, y la poca familia que tenía intentaron por todos los medios
que fuera al psicólogo, le decían que aquello no era normal pero al cabo de un tiempo
la dejaron por imposible, a todas luces era una causa perdida, no había
remedio ni modo de hacerla entrar en
razón .Se olvidaron de ella y ella de ellos.
Hacía la compra por internet, pagaba con tarjeta de
crédito y exigía que el pedido se dejase en la puerta de su casa para no tener
contacto directo con el repartidor. Solucionaba las gestiones económicas a través de la banca on-line. Solo el pensar
en que tendría que salir de casa algún día le producía palpitaciones, sensación
de ahogo y un sudor frío recorría su espalda. Una ansiedad anticipatoria se
apoderaba de ella en cuanto percibía cualquier posibilidad de cambio en su
entorno.
En el calendario, la fecha del diecisiete de
febrero la miraba, la perseguía y conforme se acercaba cada año redoblaba sus
precauciones. La limpieza de la casa era exhaustiva, casi demencial. Un olor a
desinfectante impregnaba todo el ambiente y su higiene personal se incrementaba
hasta extremos insospechados. Se observaba continuamente, estudiaba el más
mínimo cambio en su cuerpo, tomaba su temperatura
varias veces en un intervalo corto de tiempo, tenía tres termómetros diferentes para
asegurarse de que las mediciones eran correctas y las anotaba en una hoja de
papel milimetrado, realizando una gráfica perfecta.
Nunca iba al
médico, no se fiaba de ellos, seguro que la iban a engañar diciendo que los
síntomas que tenía solo se encontraban en su mente y repetirían la dichosa
palabrita: “hipocondríaca”, así que se autodiagnosticaba y medicaba mediante la
información que sacaba de Internet. Tenía un botiquín con medicamentos que
ocupaba un armario de la cocina, todos obtenidos vía on-line.
En su casa las persianas y cortinas permanecían
cerradas intentando evitar el más mínimo contacto con el exterior, la luz
natural era peligrosa, las radiaciones del sol podían alterar su piel y
provocar un melanoma.
Cada año que no ocurría nada en ese día era una
vuelta de tuerca más . Así año tras año.
Hubo
temporadas en las que algunos familiares y amigos intentaron, de vez en cuando,
que cejara en su actitud, que se dejase
que ayudar pero Marisa acabó por no atender el teléfono y, posteriormente,
cambió el número solicitando a Telefónica que no figurase en la guía.
Los vecinos comentaron durante algún tiempo el
extraño comportamiento de Marisa .Hubo incluso quien aseguraba haber oído durante
las noches voces, risas escalofriantes y otros sonidos que cesaban en cuanto se
llamaba a su puerta. Pasados unos meses dejaron de hablar de ella.
Cinco años después de aquel doce de Enero, Marisa
vio su imagen reflejada en el espejo del baño .Su rostro pálido, casi
transparente, daba miedo. Las ojeras marcaban una mirada apagada y enrojecida,
en sus mejillas dos huecos resaltaban los pómulos huesudos. Vio la muerte en su
imagen. Allí estaba. Había venido.
Sintió una punzada en el corazón, las piernas no le
sostuvieron y se desplomó, tardó varios minutos en morir .Justo entonces los
primeros sonidos de la primavera llenaban de alegría la calle, era veintitrés
de abril.
1 comentarios:
Demencial. Es asombroso el poder de la mente, y más asombroso todavía que a mucha gente le preocupe más la muerte que la propia forma de morir. Triste reflexión.
Un abrazo.
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