sábado, 12 de mayo de 2012

ES MI TURNO.

Aquella mañana, cuando cruzaba la plaza del pueblo, notó las miradas fiscalizantes de sus vecinos.Comentarios, susurros y gestos esquivos mal disimulados surgían a su paso. pero ella caminaba erguida, firme, subida sobre sus zapatos nuevos de tacón alto, haciéndolos resonar con decisión sobre las losas de piedra.


Su gesto altivo y actitud corporal desprendían una recién descubierta seguridad y confianza en sí misma.


Llevaba un vestido rojo, asimétrico y ceñido.La falda ajustada, el largo por encima de la rodilla modelando un cuerpo que pocos imaginaban fuera suyo hace algún tiempo.Los labios, pintados de fresa intenso, sonreían de forma sutil. Parecía una mariposa recién salida de la crisálida y la vida, asombrada, se inclinaba a su paso.


Seis meses antes era otra mujer: ropa holgada, zapato bajo cerrado, jerseys de cuello vuelto y manga larga, casi siempre negros, marrones o grises...un cuerpo encerrado en una mortaja oscura. No se relacionaba más que con Agustín, su marido y Cor, el perro.Pensaba que la vida era eso que vivían otros y ella simplemente pasaba por allí, la percibía como quien ve los peces en una pecera, moviéndose de un lado a otro sin oportunidad de salir, e incluso satisfechos por estar protegidos y alimentados.


Nunca en público se vio un gesto desabrido o una mala cara de Agustín hacia ella.Para todos era un hombre bien educado, agradable y hasta galante. Creó, para los demás la imagen de un marido atento, enamorado de una mujer extraña, callada, distante y, para algunos, hasta maleducada, cuya mirada apagada parecía perderse en lugares lejanos.


"Pero qué habrá visto en ella?-solían decir- él vale muchísimo más, es un encanto de persona, simpático, educado, inteligente, brillante...sin embargo ella siempre con ese gesto adusto y frío. Desde luego no sabe lo que tiene, no se lo merece"


Se había acostumbrado a los comentarios igual que a los insultos y vejaciones de Agustín en cuanto se cerraba la puerta del "hogar". Veintiocho largos años de matrimonio habían dejado en su apariencia una huella que borró el brillo de su mirada y congeló su sonrisa en un rictus amargo. No tenía fuerzas para quererse, lo dejo de hacer, pensaba que tendría que ser así, que le había tocado eso y que no había salida, que nada cambiaría nunca.

Ante las tímidas confesiones inconcretas que, algunas veces, hacía a su madres, ésta, sin prestarle demasiada atención , le decía:

"Debes perdonar, hija, concéntrate en ser una buena esposa,al final ya verás como merece la pena...los hombres son así, el matrimonio es así...y Agustín es un hombre bien situado,¿ no ves la suerte que has tenido de que te eligiera a ti?Aguanta."


Y se lo creyó y aprendió a ser nada.

Hace seis meses, una noche estaba viendo la televisión sola, en casa. En el pueblo eran las Fiestas y no había salido, Agustín sí y ya sabía lo que significaba cuando volviera.

Sintió abrirse la puerta y, como siempre, el corazón le dio un vuelco. De pronto un sonido sordo, como si algo se hubiera desplomado , y una maldición. No era un buen augurio, quería decir que Agustín venía mal y que la escena de siempre se repetiría. Esperó resignada pero no se escuchó nada más. Por un momento pensó en quedarse sentada, pero al cabo de un rato se levantó para averiguar qué había sucedido.

Al llegar a la entrada vio a Agustín caído en el suelo, el rostro blanco como la cera, una de las manos se agarraba el pecho a la altura del corazón.De la boca salía un sonido ininteligible y sus ojos parecían querer salirse de las órbitas.Su expresión era de pánico y súplica. La mano que no aferraba el pecho se levantaba hacia ella.

No sabía si acercarse a él o salir a pedir ayuda.Por un momento vaciló, pero se quedó quieta durante unos instantes mirándolo detenidamente. Después dio media vuelta, volvió a su sillón y encendió un cigarrillo. En la televisión comenzaba una película de Almodóvar. Tenía buena pinta, una sonrisa casi imperceptible se dibujó en su boca.

"Ahora es mi turno".


CARMEN FABRE





9 comentarios:

Manuel dijo...

Indudablemente ¡¡¡espléndido!!!!, como siempre, y esta vez muy especialmente, como nunca.

Felicidades. Cada nuevo texto es emjor que el anterior.

Un beso.

Emilio Porta dijo...

Relato magníficamente desarrollado, describiendo con perfección las sensaciones pasadas de la protagonista y llevándonos, con suavidad y a la vez con firmeza y fuerza, hasta los hechos desencadenantes del cambio de rumbo de su vida. Ella nos hace ver cómo va tomando conciencia de su situación, como tiene que hacer frente mentalmente a la costumbre, a las opiniones e impresiones de su madre y sus amigos. Carmen Fabre nos narra, con exactitud y sin concesiones - solo las estrictamente formales - un proceso, por otro lado, muy común en muchas mujeres que aceptan su situación y no se atreven a romperla. Y con un valor fundamental. Cuando la casualidad - una casualidad que es causalidad - la coloca en un momento decisivo, no hay razones morales que le hagan tomar la postura "políticamente correcta", la de ayuda a un teórico ser humano. La duda es ligera. Comete un homicidio voluntario por denegación de auxilio, lo que la sociedad llamaría un crimen pasivo. Y sin embargo el lector la empuja a cometerlo y no solo la absuelve, sino que la aplaude porque sabe que, a la larga o incluso a la corta, es su vida - e incluso la de sus hijos si los tuviera - contra la de él, que, además, no es vida, sino una degradación constante, infernal y destructiva. En la lucha contra el opresor la autora nos hace que no sintamos la más mínima compresión por el tirano. Todos sabemos que es un enfermo. Pero también sabemos ( todo está elíptico ) que no hay redención posible. El final es perfecto: "Es mi turno". Justicia distributiva. Exacta. Necesaria. Una sola frase, la que da título al relato, dicha sin odio, con serenidad, y sin mayor énfasis, comunica al lector su decisión irreversible.
Gran relato.

Emilio Porta dijo...

La ilustración es, se me olvidaba comentarlo, un acierto pleno. Qué maravilla de imagen para acompañar un extraordinario texto.

Mari Carmen Azkona dijo...

Querida Carmen, vengo quitándome los restos del maquillaje de esas “Apariencias” que tan bien comprendo, pasando por esa “filigrana” que deja escapar el pensamiento conciso y bello, para terminar en este magnífico texto, digno de la gran escritora que eres.

Nada sobra ni falta en él. La perfección en lo que sugiere y en lo que cuenta, el tono de quién, como dice el personaje, ve el mundo y lo que le rodea desde una pecera, y la reacción final impactante y comprensible.

Gracias por esta mañana de domingo en tu compañía, por ser y estar.

Besos y un fuerte abrazo.

carmen fabre dijo...

Manuel, no sé que decirte, solo GRACIAS. Tus palabras, siempre de aliento, me hacen sentir bien y eso, amigo, es importante , ya lo sabes.

Un abrazo.

carmen fabre dijo...

Emilio,tus comentarios siempre me dejan una sensación de tranquilidad y de ánimo. Muchas gracias, amigo.

Un abrazo.

carmen fabre dijo...

Mari Carmen ,muchas gracias por tu lectura y tiempo. Siempre atenta a todos y todo.

Besos y abrazos.

Rosa dijo...

¡Que bueno!. Que bien nos lleva en sensaciones tan claras hacia ese final que, como suele suceder en los buenos textos, celebras a pesar de la dureza, después de haberte contagiado del dolor de la protagonista.

Es curioso que tantas veces la muerte sea la única, que ponga fin a tanto entierro en vida.

Me ha encantado Carmen, cada vez que vengo a leerte me voy llena.

Un abrazo y mil perdones por haber estado perdida este tiempo, pero ha sido acumulación de cosas.

Bienvenida a esta web que se enriquece teniéndote.

Anónimo dijo...
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