Sus ojos, aquellos ojos brillantes como ascuas y
velados por un abanico de pestañas increíbles…,
me hicieron pensar en cuántas experiencias, y de qué naturaleza, habrían
intervenido en su creación, en la elaboración premeditada de su intensidad, de
su atracción inmediata.
Aquellos ojos produjeron en mí una especie de
combustión espontánea que no lograba
extinguir. Creo que tampoco insistí mucho en ello
Pertenecían a
Darío y yo deseaba que viajasen sobre mi cuerpo, despacio, muy despacio.
Darío era un ejemplar del género masculino de esos
que entran por ósmosis o difusión facilitada, a través de los poros de las membranas de tu cuerpo sin que tú puedas,
ni quieras, hacer nada por evitarlo.
Le vi por
primera vez en Jávea, el verano del 75 en el
garito” Dónde Juanjo”. Estaba allí tomando copas con mis amigos, una
noche de verano. Él trabajaba de todo y de nada en particular. Su presencia ya
era suficiente. Entrabas y sabías que ibas a volver.
Y es que hay
personas, seres que atraen lo quieran o no, sin proponérselo y él era una de
ellas. Poseía los dos polos: positivo y negativo, asegurándose siempre un magnetismo casi antinatural.
Cuando
cerraron el bar, mi amigo Ángel propuso
seguir la fiesta en su casa, cerca de la playa. Allí fuimos: Ángel, mis amigos, un grupo de turistas inglesas, totalmente
colgadas y puestas de todo, unos que venían de otra fiesta y se apuntaron,
Darío y yo.
En el apartamento seguí poseída por aquella maravilla
rubia, por el prodigio de sus ojos verdes que, cual semáforo, invitaban continuamente
y unos labios carnosos que prometían imperios de dicha y consuelo solamente con
un simple , con un liviano roce.
La fiesta transcurría entre música a todo volumen,
alcohol, baile y desmadre más o menos generalizado. Mi mirada y la de Darío se
cruzaron en varias ocasiones electrizando, cada
una de ellas, una parte diferente
de mi cuerpo pero todas comprometidas con la voluptuosidad más recóndita.
En un momento determinado me fui a la cocina a buscar
hielo. Sentí como por la espalda me recorría la sensación inequívoca de que
alguien me estaba mirando. Recordé a un
amigo que siempre decía: “Verdad es aquello que te recorre la médula espinal”.
Sin tiempo para averiguar nada unos brazos rodearon mi cintura y algo inconfundible me
presionó el final de la espalda. El corazón comenzó a latir desbocado y algo
febril, femenino e inevitable me invadió. En ese momento dos de las turistas
inglesas entraron y arrancaron a Darío de mis brazos llevándoselo al salón.
No ocurrió
nada más, solo que me quedé en un estado que contrastaba con aquella estúpida
fiesta. Prólogo de algún que otro abismo provocado por el exceso de alcohol, un extraño sopor, un sueño
que no era tal y toneladas de peso en los párpados.
Pasaron varios días y yo no lograba olvidarlo, lo
veía en mis fantasías y en la realidad: en el super, en la playa, en el bar… y
nuestros ojos se seguían cruzando húmedamente e intercambiando complicidades.
Así que me
decidí.
La noche antes
de volver a Madrid fui a buscarle. Iba dispuesta a provocar y terminar lo que
no sucedió en la cocina. Me vestí para matar (como dice mi amiga Laura) y fui a
“Dónde Juanjo”. Darío estaba en la barra con toda su potencia perturbadora al
máximo. Comenzamos a hablar…, que si la playa, que si el verano, los turistas…,
y poco a poco me di cuenta de que si su presencia hacía arder mi cuerpo, sus
palabras…, sus palabras enfriaban mi alma.
Salimos y acabamos en la playa. Cuando noté su cuerpo
sobre el mío, sus manos recorriéndome entera y los labios haciendo lo que en
mis fantasías había deseado…, comencé a pensar en qué hacía yo con un ser que lo más que había hojeado
o leído era la carta de un restaurante. Así que , lo más dignamente que pude,
me lo quité de encima, alisé mi exigua la falda , le dije que no me encontraba
bien y que me iba a casa.
Adiós Darío. Esos labios, cuando se desplegaron, no
fueron suficiente.
CARMEN FABRE.
2 comentarios:
Esa frase, "verdad es lo que te recorre la médula espinal tiene un valor inéquivoco"... aunque es evidente que el mayor valor lo tiene circunstancialmente, es decir, al analizar cada circunstancia vivida. Por eso debemos ser fieles a nuestras sensaciones y no dedicarnos a disfrazarlas. Darío estaba bien para un rato, pero me temo que no era suficiente para varios ratos encadenados. Como siempre, Carmen, tus relatos sí están encadenados con la vida. Y la vida no solo es la realidad, también es la fantasía y tú escribes sobre ambas muy bien. Un abrazo fuerte, compi.
Gracias Emilio. Sí es una frase que me impactó cuando la escuché. Un abrazo y otra vez gracias por tus comentarios.
Publicar un comentario
Gracias por visitarme.