viernes, 6 de julio de 2012

DARÍO.







Sus ojos, aquellos ojos brillantes como ascuas y velados por un abanico de pestañas increíbles…,  me hicieron pensar en cuántas experiencias, y de qué naturaleza, habrían intervenido en su creación, en la elaboración premeditada de su intensidad, de su atracción inmediata.

Aquellos ojos produjeron en mí una especie de combustión espontánea  que no lograba extinguir. Creo que tampoco insistí mucho en ello

 Pertenecían a Darío y yo deseaba que viajasen sobre mi cuerpo, despacio, muy despacio.

Darío era un ejemplar del género masculino de esos que entran por ósmosis o difusión facilitada, a través de los poros de  las membranas de tu cuerpo sin que tú puedas, ni quieras, hacer nada por evitarlo.

 Le vi por primera vez en Jávea, el verano del 75 en el  garito” Dónde Juanjo”. Estaba allí tomando copas con mis amigos, una noche de verano. Él trabajaba de todo y de nada en particular. Su presencia ya era suficiente. Entrabas y sabías que ibas a volver.

 Y es que hay personas, seres que atraen lo quieran o no, sin proponérselo y él era una de ellas. Poseía los dos polos: positivo y negativo, asegurándose siempre un  magnetismo casi antinatural.

 Cuando cerraron el bar, mi amigo  Ángel propuso seguir la fiesta en su casa, cerca de la playa. Allí  fuimos: Ángel,  mis amigos, un grupo de turistas inglesas, totalmente colgadas y puestas de todo, unos que venían de otra fiesta y se apuntaron, Darío y yo.

En el apartamento seguí poseída por aquella maravilla rubia, por el prodigio de sus ojos verdes que, cual semáforo, invitaban continuamente y unos labios carnosos que prometían imperios de dicha y consuelo solamente con un simple , con un liviano roce.  

La fiesta transcurría entre música a todo volumen, alcohol, baile y desmadre más o menos generalizado. Mi mirada y la de Darío se cruzaron en varias ocasiones electrizando, cada  una de ellas, una parte  diferente de mi cuerpo pero todas comprometidas con la voluptuosidad más recóndita.

En un momento determinado me fui a la cocina a buscar hielo. Sentí como por la espalda me recorría la sensación inequívoca de que alguien me estaba mirando.  Recordé a un amigo que siempre decía: “Verdad es aquello que te recorre la médula espinal”.

Sin tiempo para averiguar nada unos brazos  rodearon mi cintura y algo inconfundible me presionó el final de la espalda. El corazón comenzó a latir desbocado y algo febril, femenino e inevitable me invadió. En ese momento dos de las turistas inglesas entraron y arrancaron a Darío de mis brazos llevándoselo al salón.

 No ocurrió nada más, solo que me quedé en un estado que contrastaba con aquella estúpida fiesta. Prólogo de algún que otro abismo provocado por el  exceso de alcohol, un extraño sopor, un sueño que no era tal y toneladas de peso en los párpados.

Pasaron varios días y yo no lograba olvidarlo, lo veía en mis fantasías y en la realidad: en el super, en la playa, en el bar… y nuestros ojos se seguían cruzando húmedamente e intercambiando complicidades.

 Así que me decidí.

 La noche antes de volver a Madrid fui a buscarle. Iba dispuesta a provocar y terminar lo que no sucedió en la cocina. Me vestí para matar (como dice mi amiga Laura) y fui a “Dónde Juanjo”. Darío estaba en la barra con toda su potencia perturbadora al máximo. Comenzamos a hablar…, que si la playa, que si el verano, los turistas…, y poco a poco me di cuenta de que si su presencia hacía arder mi cuerpo, sus palabras…, sus palabras enfriaban mi alma.

Salimos y acabamos en la playa. Cuando noté su cuerpo sobre el mío, sus manos recorriéndome entera y los labios haciendo lo que en mis fantasías había deseado…, comencé a pensar en qué  hacía yo con un ser que lo más que había hojeado o leído era la carta de un restaurante. Así que , lo más dignamente que pude, me lo quité de encima, alisé mi exigua la falda , le dije que no me encontraba bien y que me iba a casa.

Adiós Darío. Esos labios, cuando se desplegaron, no fueron suficiente.

CARMEN FABRE.





2 comentarios:

Emilio Porta dijo...

Esa frase, "verdad es lo que te recorre la médula espinal tiene un valor inéquivoco"... aunque es evidente que el mayor valor lo tiene circunstancialmente, es decir, al analizar cada circunstancia vivida. Por eso debemos ser fieles a nuestras sensaciones y no dedicarnos a disfrazarlas. Darío estaba bien para un rato, pero me temo que no era suficiente para varios ratos encadenados. Como siempre, Carmen, tus relatos sí están encadenados con la vida. Y la vida no solo es la realidad, también es la fantasía y tú escribes sobre ambas muy bien. Un abrazo fuerte, compi.

carmen fabre dijo...

Gracias Emilio. Sí es una frase que me impactó cuando la escuché. Un abrazo y otra vez gracias por tus comentarios.

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