Lilia Corneli |
Llevaba cuatro semanas en el
apartamento cuando se sintió, por fin, con fuerzas y algo de ánimo para empezar
a abrir las cajas y desembalar los objetos procedentes de la mudanza . Antes no
fue capaz, solo con mirar hacia ellos se reproducían los últimos cinco años de
su vida.
Pasó ese mes utilizando para vestirse e ir a trabajar las
pocas prendas que quedaron fuera de las cajas. No tenía ganas de nada .Volvía a
casa con dos paquetes de donuts y unas latas de coca-cola light, eso sí. Se
tumbaba o mejor dicho, se dejaba caer en
el sofá y veía cualquier cosa que hubiera o hubiese en Telecinco. El mando
estaba en alguna caja, quién sabe cuál y dónde.
En fin: “Manos a la obra”. Se levantó con
esfuerzo del sofá, fue al baño y se miró en el espejo. Giró la cara a derecha e
izquierda, tocó los párpados y repasó su rostro .Estaba horrible, descuidada,
sin arreglar, dejada… y lo peor es que le daba igual.
Poco a poco colocó su ropa, los
libros en los estantes, encontró el mando de la tele, colgó los cuadros,
conectó lámparas, puso en funcionamiento
el equipo de música y el ordenador, ordenó los utensilios de cocina, llenó el
baño de cremas, peines, cepillos, geles al aloe vera, al té verde, champús
hidra-liso, rizos perpetuos, body-milks, hidratantes, nutritivas, de noche de
día, de contorno de ojos, secadores y sus accesorios, planchas de pelo para
diversos largos y grosores ( nunca se sabe) , tiró varias cajas de tampones y
compresas que, consciente o inconscientemente, había guardado a pesar de que
hace ya dos años había empezado con la menopausia.
Se acordó de su amiga Carmen; un alumno le puso en uno de los exámenes de Biología que a las mujeres, a partir de una
edad, les ocurre algo que se llama “La Menestra” y que se ponen muy raras, o al
menos eso decía su padre. Sonrió. Se hizo daño en la comisura de los labios.
Hacía mucho que no esbozaba algo semejante a una sonrisa, le dolió la boca.
Continuó.
Entre sus cosas encontró un viejo
álbum de fotos y mientras lo miraba con nostalgia, sonó el teléfono. Era Lola, una de las pocas
amigas comunes en su matrimonio que no se había acostado con Rubén. Habló con
ella durante más de media hora, protestó, lloró, se resignó, rio y se dejó convencer
para salir a cenar el sábado siguiente.
Dio un suspiro y siguió con la tarea de intentar organizar, aunque solo
fuera externamente, su vida.
Miró alrededor, su apartamento era amplio: dos habitaciones, un saloncito,
baño y cocina lo suficientemente grande
como para poder “hacer vida en ella”, una expresión que utilizaba mucho su
madre.
En una de las habitaciones pondría su estudio
y biblioteca con el ordenador, la impresora y el equipo de música. A ver si retomaba la novela que comenzó hace un año, justo
cuando ocurrió la ruptura con Rubén. No había vuelto a escribir ni una palabra
y, lo que es peor, no tenía ni idea de cuándo iba a poder hacerlo.
La otra habitación sería su dormitorio. En la pared quedaba un hueco bastante amplio y decidió poner un armario.
Fue al IKEA de San Sebastián de los Reyes y eligió uno precioso con un espejo
que ocupaba las dos puertas correderas. Se lo llevaron a casa y montaron porque
entre sus habilidades no estaba la del bricolaje y siempre que intentó algo
parecido le sobraron piezas, resultando todo un auténtico desastre. Quedó que
ni hecho “ex profeso” para el hueco de la pared.
Y llegó el sábado. Sin muchas
ganas empezó a arreglarse algo para la cena con Lola. Abrió el armario y
escogió algo al azar, un pantalón negro y un jersey también negro, su estado de
ánimo se relejaba en el color elegido. No estaba segura de que su dieta a base
de donuts y coca-cola (aunque eso sí, light) le permitiesen entrar en el
pantalón pero sí, entraba perfectamente, se puso el jersey y deslizó la puerta
del armario para verse en el espejo.
Estupefacta. Así se quedó. El
espejo del armario de IKEA le devolvió una imagen esbelta, elegante, fina…No es
posible, pensó mientras se giraba hacia uno y otro lado y pasaba y repasaba sus
manos sobre su silueta. No podía ser y sin embargo sí que era, era ella.
Una y otra vez intentó descubrir
el truco, porque tenía que haberlo, de aquel espejo mágico que le devolvía,
cada vez que abría los ojos y se miraba, la imagen de una mujer espléndida:
ella. Pero seguía allí, con contundencia, al final y sin comprender nada se convenció de la
perfección de su aspecto y salió hacia el restaurante.
Al encontrarse con Lola le
preguntó:
-¿Qué aspecto tengo?
-Bueno-le dijo, acompañando sus
palabras una gran sonrisa- estás muy bien-
-¿Me ves más delgada, cambiada?
-Mira, estás mejor de lo que esperaba. No te preocupes,
vamos a cenar y charlar un rato, anda.
Hablaron, lloró, se secó las
lágrimas y desahogó… se rio, siguieron charlando, volvió a llorar y a reír y
así sucesivamente. Al final de la cena estaba bastante más animada, le había
venido estupendamente salir.
Llegó a casa, se volvió a mirar
en su espejo del armario de IKEA y seguía recibiendo la imagen de una mujer
bella, elegante y serena que parecía decirle: “¡Cómete la vida¡”
Se acostó sin indagar más y durmió como un
lirón careto (otra expresión materna).
Al día siguiente fue al baño; el espejo de
encima del lavabo le puso delante otra mujer: amargada, triste, fea…
No se paró mucho a pensarlo,
descolgó el espejo, lo hizo añicos y rápidamente volvió al IKEA.
CARMEN FABRE
6 comentarios:
La importancia del espejo...Yo tengo uno en el cuarto de baño y, quieras que no, cada mañana y cada noche, al lavarme los dientes, tengo que mirarlo. Es la primera imagen y la última de un ser humano que veo cada día. Y, diantres, esa imagen es la mía. Por eso no la veo igual que las imágenes de los otros. Porque, aunque está fuera, me estoy viendo dentro. Por eso me gusta mucho este relato. Por como está escrito y porque, como he dicho en alguna presentación, un libro no es solo lo que nos cuenta el autor de su vida y los pensamientos y sucesos de sus personajes. Un libro, un texto, es lo que nos dice también de nosotros. Los que lo leemos. Porque el autor y el lector tienen siempre un puente de doble dirección que parte desde el centro a los lados. Es el mismo puente pero cada uno está en un extremo. Se miran, se ven, se saludan en silencio, y terminan por hablar, incluso, a veces, se van juntos a la cama. Estupenda narración, Carmen, como tantas y tantas, ya, tuyas.
hOlA Carmen,
Lo veo bien...
Besos
Muchas gracias Emilio. Un comentario como el tuyo es digno de guardar y leer de vez en cuando.
Eres muy generoso con tu tiempo, de verdad.
Otra vez gracias y un abrazo.
Un relato espléndido, Mari Carmen; amargo y con sus gotas de humor -que es la fórmula del combinado perfecto-, de la realidad de una mujer actual, auténtica o muy verosímil.
Un beso
Elvira
Elvira no sabes la ilusión que me hace tu comentario tan agradable.
Muchas gracias, amiga.
Un abrazo.
Osea, Carmen: ¿es por eso que últimamente, n ose por qué, todo se compra en IKEA?.
Me ha sabido a gloria este relato. Como todo lo que sale de tu mano, bien tramado, bien desarrollado, bien resuelto.
Enhorabuena, guapa.
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