martes, 6 de noviembre de 2012

EL ESPEJO.

Lilia Corneli




Llevaba cuatro semanas en el apartamento cuando se sintió, por fin, con fuerzas y algo de ánimo para empezar a abrir las cajas y desembalar los objetos procedentes de la mudanza . Antes no fue capaz, solo con mirar hacia ellos se reproducían los últimos cinco años de su vida.


Pasó ese mes  utilizando para vestirse e ir a trabajar las pocas prendas que quedaron fuera de las cajas. No tenía ganas de nada .Volvía a casa con dos paquetes de donuts y unas latas de coca-cola light, eso sí. Se tumbaba  o mejor dicho, se dejaba caer en el sofá y veía cualquier cosa que hubiera o hubiese en Telecinco. El mando estaba en alguna caja, quién sabe cuál y dónde.



 En fin: “Manos a la obra”. Se levantó con esfuerzo del sofá, fue al baño y se miró en el espejo. Giró la cara a derecha e izquierda, tocó los párpados y repasó su rostro .Estaba horrible, descuidada, sin arreglar, dejada… y lo peor es que le daba igual.



Poco a poco colocó su ropa, los libros en los estantes, encontró el mando de la tele, colgó los cuadros, conectó lámparas, puso en  funcionamiento el equipo de música y el ordenador, ordenó los utensilios de cocina, llenó el baño de cremas, peines, cepillos, geles al aloe vera, al té verde, champús hidra-liso, rizos perpetuos, body-milks, hidratantes, nutritivas, de noche de día, de contorno de ojos, secadores y sus accesorios, planchas de pelo para diversos largos y grosores ( nunca se sabe) , tiró varias cajas de tampones y compresas que, consciente o inconscientemente, había guardado a pesar de que hace ya dos años  había empezado con la menopausia. Se acordó de su amiga Carmen; un alumno le puso en uno de los exámenes  de Biología que a las mujeres, a partir de una edad, les ocurre algo que se llama “La Menestra” y que se ponen muy raras, o al menos eso decía su padre. Sonrió. Se hizo daño en la comisura de los labios. Hacía mucho que no esbozaba algo semejante a una sonrisa, le dolió la boca.


Continuó.


Entre sus cosas encontró un viejo álbum de fotos y mientras lo miraba con nostalgia,  sonó el teléfono. Era Lola, una de las pocas amigas comunes en su matrimonio que no se había acostado con Rubén. Habló con ella durante más de media hora, protestó, lloró, se resignó, rio y se dejó convencer para salir a cenar el sábado siguiente.


 Dio un suspiro y siguió con la  tarea de intentar organizar, aunque solo fuera externamente, su vida.


Miró alrededor, su apartamento  era amplio: dos habitaciones, un saloncito, baño y  cocina lo suficientemente grande como para poder “hacer vida en ella”, una expresión que utilizaba mucho su madre.


 En una de las habitaciones pondría su estudio y biblioteca con el ordenador, la impresora y el equipo de música. A ver si  retomaba la novela que comenzó hace un año, justo cuando ocurrió la ruptura con Rubén. No había vuelto a escribir ni una palabra y, lo que es peor, no tenía ni idea de cuándo iba a poder  hacerlo.


 La otra habitación sería su  dormitorio. En la pared quedaba un hueco  bastante amplio y decidió poner un armario. Fue al IKEA de San Sebastián de los Reyes y eligió uno precioso con un espejo que ocupaba las dos puertas correderas. Se lo llevaron a casa y montaron porque entre sus habilidades no estaba la del bricolaje y siempre que intentó algo parecido le sobraron piezas, resultando todo un auténtico desastre. Quedó que ni hecho “ex profeso” para el hueco de la pared.


Y llegó el sábado. Sin muchas ganas empezó a arreglarse algo para la cena con Lola. Abrió el armario y escogió algo al azar, un pantalón negro y un jersey también negro, su estado de ánimo se relejaba en el color elegido. No estaba segura de que su dieta a base de donuts y coca-cola (aunque eso sí, light) le permitiesen entrar en el pantalón pero sí, entraba perfectamente, se puso el jersey y deslizó la puerta del armario para verse en el espejo.


Estupefacta. Así se quedó. El espejo del armario de IKEA le devolvió una imagen esbelta, elegante, fina…No es posible, pensó mientras se giraba hacia uno y otro lado y pasaba y repasaba sus manos sobre su silueta. No podía ser y sin embargo sí que era, era ella.


Una y otra vez intentó descubrir el truco, porque tenía que haberlo, de aquel espejo mágico que le devolvía, cada vez que abría los ojos y se miraba, la imagen de una mujer espléndida: ella. Pero seguía allí, con contundencia, al final  y sin comprender nada se convenció de la perfección de su aspecto y salió hacia el restaurante.


Al encontrarse con Lola le preguntó:


-¿Qué aspecto tengo?


-Bueno-le dijo, acompañando sus palabras una gran sonrisa- estás muy bien-


-¿Me ves más delgada, cambiada?


-Mira, estás  mejor de lo que esperaba. No te preocupes, vamos a cenar y  charlar un rato, anda.


Hablaron, lloró, se secó las lágrimas y desahogó… se rio, siguieron charlando, volvió a llorar y a reír y así sucesivamente. Al final de la cena estaba bastante más animada, le había venido estupendamente salir.


Llegó a casa, se volvió a mirar en su espejo del armario de IKEA y seguía recibiendo la imagen de una mujer bella, elegante y serena que parecía decirle: “¡Cómete la vida¡”


 Se acostó sin indagar más y durmió como un lirón careto (otra expresión materna).


 Al día siguiente fue al baño; el espejo de encima del lavabo le puso delante otra mujer: amargada, triste, fea…


No se paró mucho a pensarlo, descolgó el espejo, lo hizo añicos y rápidamente volvió al IKEA.

CARMEN FABRE



6 comentarios:

Emilio Porta dijo...

La importancia del espejo...Yo tengo uno en el cuarto de baño y, quieras que no, cada mañana y cada noche, al lavarme los dientes, tengo que mirarlo. Es la primera imagen y la última de un ser humano que veo cada día. Y, diantres, esa imagen es la mía. Por eso no la veo igual que las imágenes de los otros. Porque, aunque está fuera, me estoy viendo dentro. Por eso me gusta mucho este relato. Por como está escrito y porque, como he dicho en alguna presentación, un libro no es solo lo que nos cuenta el autor de su vida y los pensamientos y sucesos de sus personajes. Un libro, un texto, es lo que nos dice también de nosotros. Los que lo leemos. Porque el autor y el lector tienen siempre un puente de doble dirección que parte desde el centro a los lados. Es el mismo puente pero cada uno está en un extremo. Se miran, se ven, se saludan en silencio, y terminan por hablar, incluso, a veces, se van juntos a la cama. Estupenda narración, Carmen, como tantas y tantas, ya, tuyas.

Poseidón dijo...

hOlA Carmen,

Lo veo bien...

Besos

carmen fabre dijo...

Muchas gracias Emilio. Un comentario como el tuyo es digno de guardar y leer de vez en cuando.

Eres muy generoso con tu tiempo, de verdad.

Otra vez gracias y un abrazo.

Elvira Daudet dijo...

Un relato espléndido, Mari Carmen; amargo y con sus gotas de humor -que es la fórmula del combinado perfecto-, de la realidad de una mujer actual, auténtica o muy verosímil.
Un beso
Elvira

carmen fabre dijo...

Elvira no sabes la ilusión que me hace tu comentario tan agradable.

Muchas gracias, amiga.

Un abrazo.

Manuel dijo...

Osea, Carmen: ¿es por eso que últimamente, n ose por qué, todo se compra en IKEA?.

Me ha sabido a gloria este relato. Como todo lo que sale de tu mano, bien tramado, bien desarrollado, bien resuelto.

Enhorabuena, guapa.

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