EL DORADO.
José Luis Valladares entró después de años en las Juventudes del
Partido, otros tantos de militancia activa y gracias al dinero de la familia,
en la lista del Ayuntamiento de su localidad con el número cuatro. Ganaron por
mayoría absoluta y él fue nombrado Concejal de Urbanismo, cargo ambicionado por bastantes de sus
“enemigos-amigos-compañeros de partido”.
Sentado en su despacho se notaba poderoso, saboreaba
con placer esa sensación de influencia y de manejo de las situaciones a su
antojo. Todo lo que había soñado se iba convirtiendo en realidad.
Hace unos años se casó con Maika
Vejarano hija de su mentor en el partido. Una mujer de bandera cuya única
finalidad en la vida consistía en llevarla bien izada y de marca, por supuesto,
tener hijos que cuidarían otras y asistir a actos sociales benéficos o no,
tanto daba, el caso era figurar, sentirse admirada y envidiada.
José Luis coleccionaba amantes cada vez más
jóvenes y más siliconadas. Maika pasaba totalmente de él y él de ella.
Unas cuantas recalificaciones y su
fortuna fue aumentando exponencialmente, a la par que la construcción de
urbanizaciones donde unos pocos años antes había campos de cultivo,
fundamentalmente de lombardas, hortaliza representativa del municipio.
Hoy pensaba en todo esto mirando, a
ninguna parte, a través de la ventana de
su despacho. Sujetaba con su mano derecha una citación judicial por
prevaricación mientras con la izquierda, metida en el bolsillo del pantalón,
movía las llaves del AUDI convulsivamente. Sobre la mesa del despacho
descansaba, en una pose algo indigna, el burofax que acababa de llegar con las
medidas provisionales concernientes a su divorcio. Lo había mandado la abogada
de Mayka, Elvira Ruiz de Soto, letrada matrimonialista temida por todo marido,
tal era su inquina frente al sexo masculino.
Tocó la mesa de caoba, miró la
tablet, repasó con una mirada aguda y afilada el recinto de su despacho, se
puso la chaqueta de Armani y en el baño retocó el cabello con espuma, todo hacia atrás, bien hacia atrás. Ajustó
la corbata rosa y encendió, con el Dupont de oro, un cigarrillo.
En el reproductor de CD sonaba” La
cabalgata de las Walkyrias” de Richard Wagner. José Luis Valladares
González-Revilla, se envolvía, se mimetizaba con la música en un intento inútil
de poner su mente en blanco.
Al cabo de un tiempo, apagó el cigarrillo, se
levantó, empujó la mesa de caoba hacia la ventana del despacho y se tiró.
***
Obdén José Gómez, guatemalteco, descendiente
de algún convicto extremeño que embarcó hacia el Nuevo Mundo como opción para
salir de prisión, vino a España el año 2002.
Estaba convencido de que “El Dorado”
buscado por los conquistadores españoles en su tierra, se encontraba en Madrid.
Alquiló una habitación en un piso en
la zona de Tetuán, cerca de Cuatro
Caminos. Vivía con ocho personas más en una superficie de setenta y cinco
metros cuadrados. Encontró trabajo en la construcción, todo iba bien. En el
año 2004 pudo traer a su mujer Graciela
y a sus dos hijos, Mariela y Juan de Dios. Graciela cuidaba a una señora con
demencia senil y los fines de semana trabajaba unas horas en la cocina de un bar del barrio.
La crisis, la puta crisis, les llegó
a ellos de los primeros, tenían todas las papeletas: crédito concedido sin dificultad,
inmigrantes, empleo a fin de obra y servicio doméstico. En unos meses se quedaron
sin trabajo y sin dinero, dando vueltas de tuerca a su propia desolación y
miseria.
Graciela se refugió en la Iglesia
Evangelista y se pasaba el tiempo buscando la causa de su desgracia en la
Biblia y cada día encontraba un pasaje con el que flagelarse, responsabilizando
a sus pecados de su desgracia.
Obdén notaba en su nuca y en los ojos
las miradas y gestos de desprecio de sus hijos. No lo respetaban, les parecía un inútil, un
fracasado y comenzaron a meterse en grupos cada vez más endogámicos y
peligrosos. No tardó mucho la policía en detener a Juan de Dios. Mariela dejó
el instituto y se pasaba el día en la calle.
Hoy ha vuelto a la última obra en la
que trabajó: CONSTRUCCIONES ARGAMA S.A., viviendas de tres y cuatro
dormitorios, salón, cocina amueblada y dos baños. Pisos de protección oficial, subencionados por
el Ayuntamiento.
Quedaban los andamios casi
destrozados formando una escultura de mal gusto, fea, desolada… Subió por donde
tantas veces lo hizo, pero sin casco.
Llegó a lo que hubiera sido el 6º piso, lió un
cigarrillo y lo encendió, recordó una melodía de Guatemala, una marimba, que le
acompañó en su infancia, apagó su cigarro, miró abajo y se tiró.
CARMEN FABRE.
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