miércoles, 25 de septiembre de 2013

VLADIMIR JOLAN.


VLADIMIR JOLAN.

Le gustaba escribir.

No recuerda cuando empezó a hacerlo. Quizás desde siempre. En un arcón del desván estaban todos sus cuadernos con fecha en la tapa azul y algunos con nombre propio.

 Escribía a escondidas desde que leyó aquel poema a Lourdes y sospechó una sonrisa sardónica disimulada. Nunca más volvió a leer en público ni a dejar que nadie sospechase que seguía escribiendo. Creaba a solas, en su cuarto, con el pestillo echado.

—¿Qué haces?— le `preguntaba su madre, tocando con los nudillos la puerta—¡Sal a cenar de una vez!

—Estoy leyendo, ahora voy, espera un minuto.

—Te vas a quedar memo de tanto leer. Este chico…más le valdría dedicarse a algo más útil.

 Y cumplió años mientras continuaba escribiendo.

Físicamente era un hombre poco atractivo. Entradas cada vez más pronunciadas, cara redonda, rubicunda, ojos demasiado juntos que le daban un aire ratonil, labios gordezuelos y algo de papada. Le sobraban algunos kilos y sus pies eran demasiado pequeños.

Sacó una oposición de administrativo en el Ayuntamiento de su ciudad y su jornada laboral consistía en tramitar expedientes. Nada creativo.

Su mundo paralelo era la Literatura. Perseguía un sueño. Ser escritor reconocido y admirado pero en el anonimato.

 Inventó seudónimos y heterónimos, publicó y presentó de incógnito, sentándose entre el público, varios poemarios, libros de cuentos y alguna que otra novela. Ni en las contraportadas de sus libros ni en las solapas apareció  una foto suya y la biografía se limitaba a las publicaciones realizadas, todo lo demás era un misterio.

Comenzó a ser conocido y famoso en el mundo literario. Vendía bastantes ejemplares.

De vez en cuando le entrevistaban, siempre por teléfono, y cuando le preguntaban el porqué de su anonimato contestaba:

“Llevo mucho tiempo escribiendo y he usado distintos nombres. Pero el anonimato me permite correr riesgos porque nadie lo comparará con mi trabajo previo. Y la gente disfruta con el aire de misterio en torno a mi identidad”.

La popularidad de sus libros de poemas y relatos crecía.

Sus editores le aconsejaron utilizar las redes sociales: Facebook y Twiter. Les hizo caso y creó su perfil.

Se llamaría Vladimir Jolan, uno de sus seudónimos.

Puso como foto la de Arthur Rimbaud y cada cierto tiempo la cambiaba por la de alguno de los escritores malditos más conocidos: Paul Verlaine, Tristán Corbière, Stephan Mallarmé, Charles Baudelaire, John Keats, Edgar Allan Poe…

Empezó a publicar entradas con textos y poemas inéditos, amorosos y provocadores que fluían de un modo fácil del teclado. Escribía de un modo subyugante, atractivo, cautivador…sobre todo para las mujeres. Sus seguidores se multiplicaron exponencialmente y su ego fue aumentando del mismo modo, cada vez con más intensidad. Cada post era comentado por infinidad de seguidores de ambos sexos pero principalmente femenino. Recibía constantemente mensajes privados pidiéndole citas, ofreciéndole su amor incondicional, sus cuerpos y almas con tal de conocerle personalmente y descubrir al hombre interesante que se transmitía por las redes sociales.

Alimentó durante meses la adicción de sus incondicionales. De vez en cuando pasaba por su mente la idea de darse a conocer realmente pero la desechaba, hasta que un día pensó que la admiración que provocaba era ya tan fuerte que nada podría destruirla.

El uno de Enero anunció que  a las 23 horas del día doce   haría público su perfil verdadero y su foto real.
A esa hora tenía conectados 1.723 amigos.

Lo hizo.

Al día siguiente trece de Enero, al entrar en su  Facebook observó que le quedaban cincuenta amigos.

CARMEN FABRE.


4 comentarios:

Josep Mª Panadés dijo...

Un relato muy significativo. Al menos, le quedaron esos cincuenta amigos de verdad, los incondicionales, aquellos por los que valió la pena escribir. La cruda realidad hecha relato.

Unknown dijo...

Esta vez, Carmen, se te veía venir; no cabía sorpresa de último párrafo: Cuando el reconocimiento es anterior al conocimiento suelen pasar estas cosas, que es posible un desencanto. Es posible, desde luego, siempre que hay encantamiento, pero es más que posible, probable, cuando ese encantamiento ha sido alimentado, inflado como burbuja interesadamente. Este es el caso. En tu relato ejemplar (ejemplar en ambos sentidos) Vladimir Jolan, nuestro protagonista, se hizo querer mientras se quiso escritor maldito, pero dejó de ser querido cuando se hizo bendecir. Se traicionó él solito, su estrella declinó cuando él la dejó sin noche, cuando su propio ego terminó con su alter ego, creyéndose capaz de superar con su perfil menos feo el rostro menos bello de los idealizados. Y mira que ya lo había advertido un tal Vladimir Holan: “Su belleza destruye mi amor, / ya que al destruir la ilusión destruye la realidad”. Qué despropósito, en cualquier caso, salir a la luz y pretender brillar como en la noche. Gracias, Carmen, por recordárnoslo. Un fuerte beso.

Manuel dijo...

Y, de hecho, cada día se ven más y más heterónimos en FB. No me parece mal.

Tu relato si que me parece muy bien, pero que muy bien. Si hay una moraleja es: dejemos las cosas como están, que lo otro puede ser peor.

Un beso.

Mari Carmen Azkona dijo...

A mí ya me advirtieron que de lo que se ve en la red hay que creerse la mitad ;-) Pero lo que si hay que creer es en Carmen Fabre y las cotas de altura que está alcanzando. Qué buen relato y muy bien llevado. Enhorabuena, cielo.

Besos y un fuerte abrazo.

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