Hay una frase que me ha acompañado desde el año 2009: “Aprendí a vivir el día que comprendí que podía morir”
Una persona sana mentalmente vive sin pensar en la muerte de modo cotidiano, es una defensa lógica y que debe existir. No nos planteamos la posibilidad de morir, sabemos que va a suceder inevitablemente pero nuestra mente nos protege de ese determinismo biológico inexorable, afortunadamente.
Jill B.Taylor es una neuróloga estadounidense formaba parte de la junta directiva de la NAMI(Alianza Nacional para las Enfermedades Mentales) y trabajaba en el laboratorio de investigación.El 10 de Diciembre de 1996, al despertar, descubre que está padeciendo un tipo de ictus y de los más graves; un ictus hemorrágico de carácter congénito que se manifiesta en edades tempranas, ella tenía 37 años.
La formación académica de Jill le permitió comprender casi desde el primer momento lo que estaba ocurriendo en su cuerpo, algo tremendo y que a la vez le hizo reaccionar adecuadamente.
Es un libro impresionante. En sus capítulos nos va relatando las diversas etapas por las que pasa hasta su recuperación con una lucidez , valentía y exactitud poco comunes. Poco a poco nos va llevando a la esencia del testimonio. La capacidad que tenemos todos de favorecer nuestra curación con el conocimiento y la disposición de utilizarlo a favor y no en contra nuestra.
Realiza una disección fabulosa de las dos mentes, de los dos hemisferios cerebrales y de sus funciones .Ella sufre el ictus en el hemisferio izquierdo y las funciones del mismo quedan alteradas , percibe con mucha más intensidad las adjudicadas al derecho.
Nos invita a volcarnos, a conectar voluntariamente con la mente derecha a vivir el presente, el ahora intemporal, a conectarnos con la paz interior con la meditación, a ser flexible con los cambios, empáticos, a no enjuiciar; todo existe en un estado continuo de relatividad, a ser aventureros, a vivir las emociones y descodificarlas… es la mente creativa.
En el hemisferio izquierdo se localizan otras funciones; se procesa la información de un modo diferente: coloca, ordena, temporaliza y sitúa todo lo que el derecho ha creado, realiza una labor rígida, metódica y realista; entiende el concepto de tiempo y lo organiza todo, clasifica, estructura. En él se sitúa el centro del lenguaje, es el responsable de ese monólogo interior que ocupa nuestro tiempo consciente, nos identifica, no deja de hacer especulaciones, hipótesis, números, memoriza, racionaliza y coloca todo donde debe estar.
Jill vive durante el proceso de su enfermedad y recuperación con más conexión con su mente derecha y lo sabe, percibe esa sensación de paz y despreocupación que le gusta. Quiere recuperar las funciones del hemisferio izquierdo y a la vez lo teme.
Logra con entrenamiento consciente un equilibrio, es capaz de controlar los circuitos que le producen sensaciones indeseables .Presta atención a la sensación energética que le producen la gente, los lugares y las cosas. Para poder oir a la mente derecha con su sabiduría debe frenar conscientemente, utilizándola para ello, a su mente izquierda.
Es un canto a la vida y a la capacidad de recuperación; como ella dice tenemos billones de células con una fuerza vital excepcional y que podemos poner en marcha con nuestra actitud, por lo menos, en parte.
Por último en un apéndice del libro enumera las 40 cosas que más necesitó durante su proceso. Es necesario leerlas detenidamente porque todos en algún momento seremos enfermos o cuidadores, son esenciales.
Termino recomendando su lectura y afirmando que el ser humano es lo más fascinante de la naturaleza.
Transcribo un fragmento de la introducción del libro y algunos pasajes:
“Cada cerebro tiene una historia, y la que sigue a continuación es la mía. Hace 10 años trabajaba en la Facultad de Medicina de Harvard como investigadora y dando clases a médicos jóvenes sobre el cerebro humano. Pero el 10 de diciembre de 1996, yo misma recibí una lección. Aquella mañana sufrí una forma rara de ictus en el hemisferio izquierdo del cerebro. Una gran hemorragia, debida a una malformación congénita no diagnosticada de los vasos sanguíneos de mi cabeza, estalló inesperadamente .En cuatro breves horas, con los ojos curiosos de una neuroanatomista, vi cómo se deterioraba por completo la capacidad de procesar información de mi mente. Al final de aquella mañana ya no podía hablar, andar, leer, escribir ni recordar nada de mi vida. Enroscada en forma fetal, sentí que mi espíritu se rendía a la muerte, y desde luego nunca se me ocurrió que algún día sería capaz de contarle a nadie mi historia…”
“Aprendí pronto que cada esfuerzo que hacía, era el único esfuerzo importante en ese momento”
“Comprendí la importancia de la paciencia conmigo misma”
“Nuestro cuerpo es la fuerza vital de unos 50 billones de genios moleculares .Nosotros y solo nosotros decidimos en cada momento quiénes y cómo queremos ser en el mundo”
1 comentarios:
“Aprendí a vivir el día que comprendí que podía morir”
Aceptar la muerte como parte de la vida es quizás la única verdad absoluta que posee el ser humano. Pero no lo aceptamos y malgastamos el tiempo que se nos da en actitudes egoístas, mezquinas, estúpidas y sin sentido, sin dar importancia a cada instante por sencillo que este sea.
¿De qué nos sirve pensar en el futuro, en la inmortalidad...si no disfrutamos del presente? Aprender a vivir cada día es lo que cuenta.
Gracias, Carmen, por esta recomendación, por esta frase, por tu valentía, por tu actitud...
Besos y un fuerte abrazo.
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