Louise se desvaneció,
desapareció entre la niebla mientras su enigmático mensaje se esfumaba con
ella. Sus palabras, su voz, su desabrimiento resonaban en mi interior.
Todo el dolor que llevaba
dentro, el dolor que me había traído a Mhanseon seguía intacto y el encuentro
con ella no hizo más que aumentarlo de
modo exponencial. Una sensación nuevamente de fracaso se apoderó de mí.
Los ojos se me iban llenando de lágrimas
que pugnaban por salir y mi garganta seca era incapaz de articular palabra
alguna; me rompí, desaté mis
sentimientos, lancé un grito que agrietó
la niebla y… lloré, al fin era capaz de
llorar. Louise había consiguió provocar en mí la catarsis necesaria para
lograrlo…lloré hasta vaciarme.
Agotada y tras tranquilizarme algo, me dirigí a Mhanseon cruzando
de nuevo aquel bosque fantasmagórico. Entré por la puerta de la cocina, allí
estaban Marion y Arthur, cada uno con
sus quehaceres. Marion preparando la cena y Arthur, poniendo en la bandeja las bebidas
solicitadas por algunos de mis compañeros en esta extraña aventura anual. En
cuanto me vieron, se percataron de que algo me pasaba.
-¿Qué le ha ocurrido, Carmen? ¿Se encuentra bien-? preguntó Marion
mientras me tomaba cariñosamente del brazo.
-Siéntese-dijo Arthur-ayudándome a hacerlo. Creo que mi temblor
era más que perceptible.
Les relaté mi encuentro con Louise Svensson .Mientras lo hacía,
noté que se miraban con complicidad en varias ocasiones. Al acabar, agotada por
la tensión, apoyé la cabeza encima de la mesa.
-Es peligroso buscar a Louise, Carmen, su dolor se ha transformado
en odio hacia cualquier contacto humano, no soporta su cercanía ¿Quiere tomar
alguna infusión, un café…?-dijo Marion.
-Agua con gas, por favor-contesté- pero prefiero tomarla en mi
cuarto, necesito descansar un rato.
Arthur hizo un gesto de
asentimiento y siguió con su tarea.
Fui a mi cuarto y saqué del bolso de viaje uno de mis numerosos
cuadernos, elegí el de tapas negras, era un regalo de mi hermana Aurora;
recuerdo perfectamente cuando me lo dio, en la clínica de Lisboa, busqué en mi estuche
el bolígrafo violeta y me dispuse a intentar escribir. Las palabras se
agolpaban en mi mente, esas palabras no
articuladas que tenían encerrada mi
historia, esas que no era capaz de transformar en sonidos delante de nadie, aparcadas en el baúl de los sentimientos no
dichos y que muchas veces se habían
quedado en el equipaje del silencio, otras se diluían por mi sangre, viajaban
por las venas hasta instalarse en un rincón del corazón y quedarse allí, donde
más daño hacían. Esas palabras se iban traduciendo en signos, en letras, en pequeños insectos saltarines que
formaban conceptos, ideas… en sortilegios que
libraban mi alma de la inutilidad del sufrimiento.
El cuadro de Morrigan, colocado por Arthur en la pared de mi habitación, me
daba una sensación de tranquilidad, sus
ojos y su vestido rojo parecían dictarme cada palabra que escribía. La
vida y la muerte unidas en una presencia que me resultaba perturbadora y, a la
vez, deseada. El enigma de su vida y desaparición después de su muerte parecían
tener la clave para que yo me quedase en Mhanseon, mas no sabía ni por dónde
empezar.
Cené en mi habitación, todavía no tenía amigos entre los
escritores que vivirían conmigo este año tan particular. Había varios con los
que creía poder conectar: Laura, Vichoff, Ritman y algunos más pero no me
encontraba bien. Casi nunca desde
“aquello” me siento bien.
Hacia las tres de la madrugada, cuando pensé que no quedaría
nadie, bajé al salón. La chimenea estaba encendida y me acerqué, al ir a
sentarme en una de las butacas frente a los retratos oí una voz:
-Buenas noches, Carmen.
Algo sobresaltada giré la cabeza y vi una figura sentada en una
silla de ruedas. Lo reconocí de inmediato, era Benjamin Cooper, su retrato
estaba al lado del de Louisse, encima de la chimenea. Vi a un hombre de color, de edad parecida a la
mía, ojos negros como tizones y relativamente corpulento. Tenía una trompeta
entre las manos y un cuaderno encima de la manta que le cubría las piernas.
-Buenas noches-dije algo desconcertada- ¿me puedo sentar o le
molesto?
-Siéntate.
Me acomodé en la butaca y fijé hipnóticamente mi mirada en el
fuego de la chimenea, pasó un buen rato durante el que los dos estuvimos en
silencio. No sabía realmente qué hacer, después de la experiencia con Louise,
no me atrevía a hablar.
-¿Para qué has venido a Mhanseon, Carmen? –preguntó.
-He venido para quedarme, no quiero volver a mi realidad.
-Cuéntame tu historia.
Esas simples palabras y dichas del modo en que lo hizo Benjamin
fueron suficientes para que, de un modo solo atribuible al ambiente mágico de
la casa y a él, comenzase a relatar sin miedo mi vida durante los últimos cinco
años, a verbalizar los sucesos que me habían convertido en lo que era
actualmente. No sé si fue el tono de su voz, su actitud corporal o cuál fue la
causa pero consiguió lo que ninguno de mis médicos en tres años de terapia.
Fui pasando los episodios
de mi vida como las cuentas de un rosario, con la misma devoción de una fiel y
confiada creyente; se superponía el
pasado con el presente y el futuro, simplemente, no estaba. En un susurro, como
en una confesión volqué mi alma y mientras lo hacía prendía fuego a las lágrimas
que llevaban su nombre y mi tiempo dejo de estar encerrado en un reloj de arena.
No sé cómo pero acabé con
la cabeza apoyada en sus rodillas y él acariciando mi pelo, terminé justo
cuando los dedos largos y rojizos del amanecer raptaban las estrellas de la
noche
-Carmen, vamos a elaborar un plan. No te irás de Mhanseon. Lo primero que debes hacer es ir al pueblo, a
la librería Mushroom Pillow y una vez allí…
En ese mismo momento, una
voz conocida ya por mí, retumbó en el salón.
-¡Será si yo lo permito!
Me levanté inmediatamente y al volver la cabeza, encontré los ojos duros y negros de Louise en los que
se reflejaban las llamas de la chimenea…
CARMEN FABRE
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1 comentarios:
"...cuando los dedos largos y rojizos del amanecer raptaban las estrellas de la noche". Carmen,la brillantez de esta frase es de Matrícula de Honor.
Un relato bonito y muy bien escrito. Felicidades.
Besos.
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