sábado, 26 de mayo de 2012

DOS PERSONAS.




Dos personas, dos mujeres esperaban en la antesala de la consulta del prestigioso Neuroplástico –Emocional, el Doctor Emiliano Menéndez. Se miraban sin verse, cada una inmersa en su propia historia.

El Doctor  Menéndez era una eminencia en la curación de las emociones a través de tratamientos de choque muy efectivos, caros y garantizados de por vida. No había vuelta atrás, una vez recibido no se podía  recuperar la emoción, el sentimiento o la capacidad humana a la que se renunciaba.

Generalmente acudían a su consulta personas que ya intentaron superar, mediante terapias dirigidas por ordenador, sus problemas emocionales pero que no obtuvieron resultado. La Confederación también le enviaba y pagaba por su cuenta, a cargo del Estado,  los casos que podían llegar a constituir un peligro para la sociedad actualmente estabilizada,  casi sin movimientos rítmico-emocionales, en  que se logró convertir a la civilización humana después del último conflicto bélico mundial.

El ambiente que se respiraba en la sala de espera era el adecuado, el que había creado el Dr. Menéndez, junto con su  Psico-ambientalista,  para que nada perturbase o, si quiera, insinuase indecisión  en las personas que hubieran ido a la consulta.

En un holograma, fractales  hermosísimos se repetían de modo continuado. Una música, mezcla de sonidos obtenida por ordenador, envolvía  y conseguía mantener la mente en blanco  y el cuerpo relajado.

María, una de las dos mujeres, estaba en la consulta porque sentía que se equivocaba constantemente al tomar decisiones. La última  la había llevado, sin dudas de ninguna clase (qué paradoja) a la consulta del Dr. Menéndez. Por su culpa, una vez más, una decisión incorrecta  causó problemas, dolor y confusión a quiénes más quería y, a la vez, a ella misma.

Se planteó, entonces, tratarse con el último descubrimiento en el control químico del córtex prefrontal. No tendría que decidir nada, lo harían las máquinas por ella, renunciaba a su libertad a su libre albedrío, era consciente de ello mas no le importaba. No quería volver a tomar decisiones nunca más.

-¿María Weinberg? –preguntó la androide encargada de la consulta.

María pasó a la consulta y se sentó en el sillón ergonómico. Inmediatamente después de intercambiar unas palabras con el Dr. sintió el pinchazo de la cánula en la médula espinal y el fármaco entrando, cerró los ojos y sonrió.

Yolanda miraba fijamente una planta de cultivo hidropónico y recordaba y recordaba,  una y otra vez, sus últimos días:

“Me ha dejado, dice que ya no me quiere  que todo ha terminado. Una vez más, mis súplicas han sido inútiles. Otra vez el abandono, el dolor, el fracaso…

 Pero ya no sucederá más, es la última, lo tengo decidido. Me han dicho que es fácil, simplemente tres cápsulas y esperar  en la antesala quince minutos.”

-¿Yolanda  Bonell? -dijo la androide con su voz altamente tranquilizadora.

Entró y salió al cabo de unos minutos.  Se entretuvo leyendo en su tableta noticias sobre economía, su trabajo.

A los quince minutos abrió el bolso y sacó su  móvil de última generación, en la pantalla estaba la foto de Adolfo, la miró detenidamente, muy detenidamente durante bastante tiempo. Nada, no sentía nada.

Los receptores de dopamina quemados, bloqueados… no volvería a sentir amor. Nunca.

CARMEN FABRE


9 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Estupendos relatos. Por el continuo y experto ejercicio literario que suponen. Por la originalidad de los temas. Por el buen uso gramatical y sintáctico, de la adjetivación, de los tiempos verbales etc. Impactantes y originales en su narración y en su contenido. Enhorabuena. Un placer leerlos

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

.

Anónimo dijo...

ESTUPENDO RELATO PARA GUARDAR

EN EL PARÉNQUIMA CORTICAL

DE LA MUSA TRANS-HUMANTE

ATENTOS SALUDOS: jorobla motril

Emilio Porta dijo...

Es un magnífico relato, Carmen. Y da qué pensar. Quizás fuera todo mejor así. Ni heriríamos ni nos herirían. Aunque, posiblemente, todo podría ser también de otra manera si nos educaran de otro modo, si fuéramos menos egoístas si el ser humano tuviera una escala de valores mejor y más solidaria. Quizás la Ley del más fuerte, tan acorde con la naturaleza, se vería atemperada por la idea de una Humanidad más solidaria, incluso en los sentimientos de amor.

Anónimo dijo...
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