Dos personas, dos mujeres
esperaban en la antesala de la consulta del prestigioso Neuroplástico
–Emocional, el Doctor Emiliano Menéndez. Se miraban sin verse, cada una inmersa
en su propia historia.
El Doctor Menéndez era una eminencia en la curación de
las emociones a través de tratamientos de choque muy efectivos, caros y
garantizados de por vida. No había vuelta atrás, una vez recibido no se podía recuperar la emoción, el sentimiento o la
capacidad humana a la que se renunciaba.
Generalmente acudían a su
consulta personas que ya intentaron superar, mediante terapias dirigidas por
ordenador, sus problemas emocionales pero que no obtuvieron resultado. La Confederación
también le enviaba y pagaba por su cuenta, a cargo del Estado, los casos que podían llegar a constituir un
peligro para la sociedad actualmente estabilizada, casi sin movimientos rítmico-emocionales,
en que se logró convertir a la civilización
humana después del último conflicto bélico mundial.
El ambiente que se respiraba en
la sala de espera era el adecuado, el que había creado el Dr. Menéndez, junto
con su Psico-ambientalista, para que nada perturbase o, si quiera,
insinuase indecisión en las personas que
hubieran ido a la consulta.
En un holograma, fractales hermosísimos se repetían de modo continuado. Una
música, mezcla de sonidos obtenida por ordenador, envolvía y conseguía mantener la mente en blanco y el cuerpo relajado.
María, una de las dos mujeres,
estaba en la consulta porque sentía que se equivocaba constantemente al tomar
decisiones. La última la había llevado,
sin dudas de ninguna clase (qué paradoja) a la consulta del Dr. Menéndez. Por
su culpa, una vez más, una decisión incorrecta
causó problemas, dolor y confusión a quiénes más quería y, a la vez, a
ella misma.
Se planteó, entonces, tratarse
con el último descubrimiento en el control químico del córtex prefrontal. No
tendría que decidir nada, lo harían las máquinas por ella, renunciaba a su
libertad a su libre albedrío, era consciente de ello mas no le importaba. No
quería volver a tomar decisiones nunca más.
-¿María Weinberg? –preguntó la
androide encargada de la consulta.
María pasó a la consulta y se
sentó en el sillón ergonómico. Inmediatamente después de intercambiar unas
palabras con el Dr. sintió el pinchazo de la cánula en la médula espinal y el
fármaco entrando, cerró los ojos y sonrió.
Yolanda miraba fijamente una
planta de cultivo hidropónico y recordaba y recordaba, una y otra vez, sus últimos días:
“Me ha dejado, dice que ya no me
quiere que todo ha terminado. Una vez
más, mis súplicas han sido inútiles. Otra vez el abandono, el dolor, el
fracaso…
Pero ya no sucederá más, es la última, lo
tengo decidido. Me han dicho que es fácil, simplemente tres cápsulas y
esperar en la antesala quince minutos.”
-¿Yolanda Bonell? -dijo la androide con su voz
altamente tranquilizadora.
Entró y salió al cabo de unos
minutos. Se entretuvo leyendo en su
tableta noticias sobre economía, su trabajo.
A los quince minutos abrió el
bolso y sacó su móvil de última
generación, en la pantalla estaba la foto de Adolfo, la miró detenidamente, muy
detenidamente durante bastante tiempo. Nada, no sentía nada.
Los receptores de dopamina quemados, bloqueados… no volvería a sentir amor. Nunca.
CARMEN FABRE
9 comentarios:
Estupendos relatos. Por el continuo y experto ejercicio literario que suponen. Por la originalidad de los temas. Por el buen uso gramatical y sintáctico, de la adjetivación, de los tiempos verbales etc. Impactantes y originales en su narración y en su contenido. Enhorabuena. Un placer leerlos
.
ESTUPENDO RELATO PARA GUARDAR
EN EL PARÉNQUIMA CORTICAL
DE LA MUSA TRANS-HUMANTE
ATENTOS SALUDOS: jorobla motril
Es un magnífico relato, Carmen. Y da qué pensar. Quizás fuera todo mejor así. Ni heriríamos ni nos herirían. Aunque, posiblemente, todo podría ser también de otra manera si nos educaran de otro modo, si fuéramos menos egoístas si el ser humano tuviera una escala de valores mejor y más solidaria. Quizás la Ley del más fuerte, tan acorde con la naturaleza, se vería atemperada por la idea de una Humanidad más solidaria, incluso en los sentimientos de amor.
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