María volvía de su trabajo pensando que nunca
le gustó el verano. Desde hace tiempo las
vacaciones no existían para ella. Solo había calor, sensación de ahogo,
y asfalto medio derretido.
Su estado no era el más apropiado para andar a
las tres de la tarde por las calles de Madrid. El termómetro marcaba treinta y
cinco grados y una sensación de mareo le impedía caminar tranquila. Temía
caerse en cualquier momento.
Llegó a su casa. Un piso
destartalado, oscuro, en el que el único
adorno de las paredes era una mancha de humedad que cambiaba de forma según
iban pasando los días. Unas veces se asemejaba a una marina y las más a una
naturaleza muerta, como ella. Se tumbó en la cama vestida, sin fuerzas ni para quitarse la ropa. Estaba agotada, sin ánimo de vivir, y
sola. Sola con algo en su interior que
no deseaba.
No le había dicho a Luis que
estaba embarazada. Ni por un momento pensó en darle la satisfacción de que
preguntara: ¿Seguro que es mío?
Despertó empapada. En un principio
pensó que era sudor ,al moverse vio una mancha roja en la cama. Era sangre. Se
incorporó y un caudal incontrolado fluyó
de su cuerpo a borbotones.
No tenía teléfono - lo dio de
baja cuando su nómina empezó a ser cada
vez más exigua - y mucho menos móvil .Se levantó cómo pudo y bajó a la calle.
Pero cayó al suelo sin darle tiempo a intentar buscar un taxi.
Despertó en un hospital rodeada
de personal sanitario que le preguntaban su
nombre insistentemente.
-María, me llamo María.
-¿Quieres que avisemos a alguien?
-No, no tengo a nadie a quien
avisar.
Sus miradas mostraban pena,
conmiseración y desaprobación, todo a la vez.
Confirmaron lo que ya sabía.
Estaba abortando, le dieron un calmante y la llevaron a una habitación en la
que había varias mujeres más. El dolor era cada vez más insoportable y la
angustia de la soledad lo acrecentaba considerablemente. Pidió más calmantes
pero dijeron que no, por si se lograba salvar al niño. Le dieron ganas de gritar y decir que no lo quería, que bastante complicada era su vida, que había
sido un error. Que pensasen lo que quisieran, le importaba un carajo, solo
quería no sentir dolor y salir de allí.
Al cabo de unas horas
interminables sintió ganas de ir al baño, se levantó con dificultad y notó que
algo sólido y viscoso salía de ella.
Gritó llamando a las enfermeras mientras todo se nublaba a su alrededor.
Lo siguiente que recordaba era un
pasillo, luces en el techo y alguien que
la había levantado como una pluma depositándola en una camilla de quirófano. Y
una luz potente y un estado de ingravidez y paz semejante a la tranquilidad
suprema.
Cuando se despertó a su lado vio un médico que le preguntó cómo
estaba. “Jodida” contestó.
El médico le dio el alta. Firmó
unos papeles y se encontró en la calle.
Al volver a casa lloró hasta
quedarse dormida pero antes de hacerlo observó que la mancha de la pared había
cambiado de forma. Seguía, sin embargo, siendo una naturaleza muerta.
CARMEN FABRE.
7 comentarios:
Jamás he visto una "naturaleza muerta" tan viva literariamente y bien escrita. Espero que la mancha de humedad se absorba del todo. Un abrazo, Carmen.
Impresionante relato mi querida Carmen. La miseria siempre atrae miseria, y desgraciadamente siempre cae en el mismo lado.
Tus finales impactantes forman parte ya de tu señal de identidad y de lo bien que escribes.
Un besito cielo
Muy buen relato, Carmen. Veo que eres una gran escritora.
Un beso.
Gracias Emilio tus comentarios siempre animan y acompañan. Un abrazo.
Rosa, la vida se ceba casi siempre con las mismas personas, es cierto.
Gracias por tu comentario, amiga. Me gusta que te gusten mis finales¡¡
Un beso
Gracias Mila. Una aventura iniciada hace poco y que me encanta.. besos, cielo.
Carmen, parece que la desgracia nunca camina sola y siempre lleva la adversidad de la mano. Una gran mujer, un gran relato...Si con las manchas ocurre como con las nubes, quizás pronto comience a proyectar, en ella, sus sueños.
Besos y un fuerte abrazo.
Publicar un comentario
Gracias por visitarme.