miércoles, 31 de octubre de 2012

TALIÓN


TALIÓN.

Ana despertó de su coma diecinueve años después de que Manuel  Olmos le alojara una bala en el cerebro.

El proyectil iba dirigido a “El Chanclas”, un traficante de poca monta, Manuel Olmos  disparó y un acúmulo de circunstancias lo llevó a la cabeza de Ana: rebotó en una farola, pasó rozando la mejilla de Mª Luisa, la quiosquera, que se agachó justo a tiempo y acabó en el parietal derecho de  Ana que, en aquel momento, paseaba del brazo por la calle con Francisco, su marido. Llevaban unos meses casados, muy pocos.

La llevaron al Hospital, tras un examen inicial pensaron en operar para extraer la bala pero después de varias pruebas desecharon la idea ya que, lo más probable, era que  muriese en la mesa de operaciones. La conectaron a un respirador, a un número de bolsas, tubos y cables indefinido e inconcreto que fue variando a lo largo del tiempo. Cada día la movían en su cama para intentar evitar la aparición de escaras  y así permaneció esos diecinueve años, en aquella UCI en la que la consideraban ya como alguien fijo,  permanente.

Poco a poco su marido dejó de ir a visitarla de 12 a 13 por la mañana y de 17 a 19.30 por la tarde, hasta que  a partir del décimo año ya no fue más. Recuerda vagamente las batas verdes y las mascarillas en la cara. Las conversaciones en voz muy baja de las que percibía palabras sueltas y algún que otro sollozo.

Pero un día tosió o emitió un sonido parecido . Las pantallas de las enfermeras sentadas en la mesa de control comenzaron a pitar e inmediatamente entró en su recinto un equipo de reanimación. Ana siguió tosiendo, le extrajeron el respirador, abrió los ojos y movió la boca, no se le entendía lo que trataba de decir hasta que a la tercera o cuarta tentativa logró articular una frase: “Quiero un café con leche”.

Las enfermeras y médicos sonrieron y comenzaron un ritual destinado a volverle a la vida con entusiasmo y perplejos por lo sucedido.

Día a día se encontraba más recuperada e iba recordando lo sucedido y asimilando la situación que le fueron contando. Su marido hacía siete años que se había marchado con una enfermera de la planta de Ginecología y mudado de ciudad, sus padres habían muerto y no tenía a nadie más.

Estaba sola  en un mundo que había cambiado considerablemente y en el que era una extraña. Sola, no sabía hasta cuando la bala le iba a permitir vivir con cierta normalidad. Le habían dicho en el Hospital que  la posibilidad de que se desplazase existía, la probabilidad de que sucediera era alta, en cualquier momento podría afectar a una zona vital produciéndole trastornos e incluso una muerte repentina así que decidió dedicar su tiempo, el que le quedase, a encontrar a Manuel Olmos y meterle una bala en el cráneo perforando su cerebro.


Pensó durante semanas fríamente su venganza, ese error de trayectoria, de puntería le había privado de su vida, se la arrebató en un instante. Ahora ella no tenía nada que perder, ya lo perdió sin enterarse, sin ser consciente y no iba a permitir que Manuel Olmos viviera ni un día más de los que ella quisiera.


Averiguó que estuvo en la cárcel quince años, que salió beneficiándose de la  Política penitenciaria de inserción social  (malditos jueces y políticos) aunque lo único que pretendía  de verdad esa política era vaciar las cárceles demasiado llenas.


 Desde su salida de la cárcel de Soto, Manuel había malvivido a base de trapicheos y otros pequeños delitos, entraba y salía de la comisaría con la misma soltura con que otros van a la farmacia o a los chinos. Después de varios años vacíos de información   le localizó en una Residencia de Ancianos de su Comunidad Autónoma.


Pasó varios días como un zombie, dando vueltas en casa, todos los acontecimientos que recordaba o que le habían contado se presentaban de golpe con gran intensidad.


Se hizo con un arma, pensó minuciosamente lo que iba a hacer, se regodeó en las sensaciones que le producía la  emoción de la venganza y dirigió a la Residencia dispuesta a matarlo. Llegó aparcó su coche, estuvo varios minutos dentro de él y salió acariciando el revólver. Su tacto era frío.
Cuando llegó allí preguntó por él.  El personal se sorprendió de que alguien viniera a verle.


-Se pondrá muy contento, usted debe ser la Alicia por la que pregunta constantemente ¿no?  Ya verá qué alegría le da. Tiene Alzheimer muy avanzado y en las escasas ocasiones en que tiene algo de lucidez pregunta por usted.


-Sí, me llamo Alicia.


La llevaron a una sala en la que estaban varios ancianos: unos jugando al dominó, otros a las cartas, algunos viendo la televisión, charlando en grupos… fue detrás del celador que la guiaba y se encontró con un hombre sentado en una silla, la mirada perdida en un punto indefinido y las manos sobre las rodillas tapadas por una manta verde.


-¡Alicia! Por fin estás aquí- dijo con una sonrisa que parecía una mueca en su cara macilenta y gris. Una mano huesuda, llena de manchas y temblorosa le asió por la manga del abrigo.


Ana no supo qué decir ni qué hacer. El sentimiento de venganza se mostraba intenso ante ella pero se bloqueó, no pudo hacer nada. Se fue tal y como había llegado, acariciando con sus manos el revolver que llevaba en el bolsillo. Se prometió a sí misma hacerlo al día siguiente.


Pero pasó el día siguiente y otro y otro y otro.. y Ana seguía yendo a visitar a Manuel . Escuchaba sus historias sin sentido y siempre acariciaba el revolver escondido en su bolsillo hasta  que una tarde ya no lo llevó. Un día se descubrió esbozando una sonrisa mientras el anciano le relataba una de sus historias y así  hasta que sus visitas se convirtieron en algo imprescindible para ella.

Un  24 de Enero Ana llegó a la Residencia y se dirigió  a la sala, Manuel no estaba allí. El mismo celador que le acompañó el primer día se dirigió hacia ella y le dijo:


-Lo siento, Alicia. Manuel falleció anoche mientras dormía…


Siguió hablando pero Ana ya no le escuchaba. Volvió a su casa, se sentó en la cama y abrió el cajón de su mesilla de noche, ahí estaba la pistola, la tomó en sus manos y sintió el mismo escalofrío que cuando la bala le perforó el cráneo. Apagó la luz y por primera y única vez disparó la pistola que compró para vengarse de Manuel Olmos.


CARMEN FABRE.




14 comentarios:

Emilio Porta dijo...

Grandísimo relato. Extraordinario.

María Eva Ruiz dijo...

Carmen, expectacular. He sentido un escalofrío a la vez que terminaba de leer el último párrafo.

Un abrazo grande,

Eva.

Yolanda dijo...

Un relato durísimo que se va leyendo con facilidad porque desde el primer momento te engancha y el final te deja sin aliento. Felicidades, Carmen.

carmen fabre dijo...

Gracias Emilio.

Un abrazo¡¡

carmen fabre dijo...

Me alegra que te haya gustado, María Eva.

Muchas gracias por tus comentarios, de verdad.

Un abrazo grande.

carmen fabre dijo...

Yolanda, es el relato de El Tintero Virtual de la semana pasada , el tema era VENGANZA.

La verdad es que el final fue lo que más me costó, tenía otro pero éste es el que me convenció más.

Muchas gracias por tu comentario, un abrazo.

carmen fabre dijo...

El Tintero es uno de los grupos de NETWRITERS, os animo desde aquí a registraros y participar en los grupos.

Máximo Cano dijo...

Un relato fuerte y vengativo.

Me gusta tu estilo, volveré a leerte. Saludos.

Mila Aumente dijo...

Impresionante relato y muy bien contado. Debo decirte que el final me ha puesto de los nervios.

Enhorabuena, Carmen. Estás hecha una gran escritora.

Besitos,

Mila

carmen fabre dijo...

Gracias Máximo , ven cuando quieras.

Un abrazo.

carmen fabre dijo...

Mila, muchas gracias por tu comentario.Siempre animando.

Besos

carmen fabre dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Pues te había dejado un comentario muy bonito, y ya ni me acuerdo bien lo que decía. En esencia, supongo que sería que me ha gustado mucho el relato, que pone de manifiesto la complejidad del ser humano y el amplio espectro de sentimientos que podemos desarrollar, contradictorios en muchas ocasiones... en fin, que un beso!

Manuel dijo...

Lo peor del relato, Carmen, es que es un retrato. El de la historia cotidiana de tanta gente. La asimilación revestida de un perdón que no llegó.

Pero que bien explicado está!. Los valores trastocados del mundo que vivimos se nos enfrentan como serpientes venenosas y acaban con nuestra vida.

Gracias por recordarmelo en tu relato. Un beso.

Publicar un comentario

Gracias por visitarme.