TALIÓN.
Ana despertó de su coma
diecinueve años después de que Manuel
Olmos le alojara una bala en el cerebro.
El proyectil iba dirigido a “El
Chanclas”, un traficante de poca monta, Manuel Olmos disparó y un acúmulo de circunstancias lo
llevó a la cabeza de Ana: rebotó en una farola, pasó rozando la mejilla de Mª
Luisa, la quiosquera, que se agachó justo a tiempo y acabó en el parietal
derecho de Ana que, en aquel momento,
paseaba del brazo por la calle con Francisco, su marido. Llevaban unos meses
casados, muy pocos.
La llevaron al Hospital, tras un
examen inicial pensaron en operar para extraer la bala pero después de varias
pruebas desecharon la idea ya que, lo más probable, era que muriese en la mesa de operaciones. La
conectaron a un respirador, a un número de bolsas, tubos y cables indefinido e
inconcreto que fue variando a lo largo del tiempo. Cada día la movían en su
cama para intentar evitar la aparición de escaras y así permaneció esos diecinueve años, en
aquella UCI en la que la consideraban ya como alguien fijo, permanente.
Poco a poco su marido dejó de ir
a visitarla de 12 a 13 por la mañana y de 17 a 19.30 por la tarde, hasta que a partir del décimo año ya no fue más. Recuerda
vagamente las batas verdes y las mascarillas en la cara. Las conversaciones en
voz muy baja de las que percibía palabras sueltas y algún que otro sollozo.
Pero un día tosió o emitió un
sonido parecido . Las pantallas de las enfermeras sentadas en la mesa de control
comenzaron a pitar e inmediatamente entró en su recinto un equipo de reanimación.
Ana siguió tosiendo, le extrajeron el respirador, abrió los ojos y movió la
boca, no se le entendía lo que trataba de decir hasta que a la tercera o cuarta
tentativa logró articular una frase: “Quiero un café con leche”.
Las enfermeras y médicos
sonrieron y comenzaron un ritual destinado a volverle a la vida con entusiasmo
y perplejos por lo sucedido.
Día a día se encontraba más
recuperada e iba recordando lo sucedido y asimilando la situación que le fueron
contando. Su marido hacía siete años que se había marchado con una enfermera de
la planta de Ginecología y mudado de ciudad, sus padres habían muerto y no
tenía a nadie más.
Estaba sola en un mundo que había cambiado considerablemente
y en el que era una extraña. Sola, no sabía hasta cuando la bala le iba a
permitir vivir con cierta normalidad. Le habían dicho en el Hospital que la posibilidad de que se desplazase existía,
la probabilidad de que sucediera era alta, en cualquier momento podría afectar a
una zona vital produciéndole trastornos e incluso una muerte repentina así que
decidió dedicar su tiempo, el que le quedase, a encontrar a Manuel Olmos y
meterle una bala en el cráneo perforando su cerebro.
Pensó durante semanas fríamente
su venganza, ese error de trayectoria, de puntería le había privado de su vida,
se la arrebató en un instante. Ahora ella no tenía nada que perder, ya lo
perdió sin enterarse, sin ser consciente y no iba a permitir que Manuel Olmos
viviera ni un día más de los que ella quisiera.
Averiguó que estuvo en la cárcel
quince años, que salió beneficiándose de la
Política penitenciaria de inserción social (malditos jueces y políticos) aunque lo único
que pretendía de verdad esa política era
vaciar las cárceles demasiado llenas.
Desde su salida de la cárcel de Soto, Manuel
había malvivido a base de trapicheos y otros pequeños delitos, entraba y salía
de la comisaría con la misma soltura con que otros van a la farmacia o a los
chinos. Después de varios años vacíos de información le localizó en una Residencia de Ancianos de
su Comunidad Autónoma.
Pasó varios días como un zombie,
dando vueltas en casa, todos los acontecimientos que recordaba o que le habían
contado se presentaban de golpe con gran intensidad.
Se hizo con un arma, pensó minuciosamente
lo que iba a hacer, se regodeó en las sensaciones que le producía la emoción de la venganza y dirigió a la
Residencia dispuesta a matarlo. Llegó aparcó su coche, estuvo varios minutos
dentro de él y salió acariciando el revólver. Su tacto era frío.
Cuando llegó allí preguntó por él. El personal se sorprendió de que alguien
viniera a verle.
-Se pondrá muy contento, usted
debe ser la Alicia por la que pregunta constantemente ¿no? Ya verá qué alegría le da. Tiene Alzheimer muy
avanzado y en las escasas ocasiones en que tiene algo de lucidez pregunta por
usted.
-Sí, me llamo Alicia.
La llevaron a una sala en la que
estaban varios ancianos: unos jugando al dominó, otros a las cartas, algunos viendo
la televisión, charlando en grupos… fue detrás del celador que la guiaba y se
encontró con un hombre sentado en una silla, la mirada perdida en un punto
indefinido y las manos sobre las rodillas tapadas por una manta verde.
-¡Alicia! Por fin estás aquí-
dijo con una sonrisa que parecía una mueca en su cara macilenta y gris. Una
mano huesuda, llena de manchas y temblorosa le asió por la manga del abrigo.
Ana no supo qué decir ni qué
hacer. El sentimiento de venganza se mostraba intenso ante ella pero se
bloqueó, no pudo hacer nada. Se fue tal y como había llegado, acariciando con
sus manos el revolver que llevaba en el bolsillo. Se prometió a sí misma
hacerlo al día siguiente.
Pero pasó el día siguiente y otro
y otro y otro.. y Ana seguía yendo a visitar a Manuel . Escuchaba sus historias
sin sentido y siempre acariciaba el revolver escondido en su bolsillo
hasta que una tarde ya no lo llevó. Un
día se descubrió esbozando una sonrisa mientras el anciano le relataba una de
sus historias y así hasta que sus
visitas se convirtieron en algo imprescindible para ella.
Un 24 de Enero Ana llegó a la Residencia y se
dirigió a la sala, Manuel no estaba
allí. El mismo celador que le acompañó el primer día se dirigió hacia ella y le
dijo:
-Lo siento, Alicia. Manuel
falleció anoche mientras dormía…
Siguió hablando pero Ana ya no le
escuchaba. Volvió a su casa, se sentó en la cama y abrió el cajón de su mesilla
de noche, ahí estaba la pistola, la tomó en sus manos y sintió el mismo
escalofrío que cuando la bala le perforó el cráneo. Apagó la luz y por primera
y única vez disparó la pistola que compró para vengarse de Manuel Olmos.
CARMEN FABRE.
14 comentarios:
Grandísimo relato. Extraordinario.
Carmen, expectacular. He sentido un escalofrío a la vez que terminaba de leer el último párrafo.
Un abrazo grande,
Eva.
Un relato durísimo que se va leyendo con facilidad porque desde el primer momento te engancha y el final te deja sin aliento. Felicidades, Carmen.
Gracias Emilio.
Un abrazo¡¡
Me alegra que te haya gustado, María Eva.
Muchas gracias por tus comentarios, de verdad.
Un abrazo grande.
Yolanda, es el relato de El Tintero Virtual de la semana pasada , el tema era VENGANZA.
La verdad es que el final fue lo que más me costó, tenía otro pero éste es el que me convenció más.
Muchas gracias por tu comentario, un abrazo.
El Tintero es uno de los grupos de NETWRITERS, os animo desde aquí a registraros y participar en los grupos.
Un relato fuerte y vengativo.
Me gusta tu estilo, volveré a leerte. Saludos.
Impresionante relato y muy bien contado. Debo decirte que el final me ha puesto de los nervios.
Enhorabuena, Carmen. Estás hecha una gran escritora.
Besitos,
Mila
Gracias Máximo , ven cuando quieras.
Un abrazo.
Mila, muchas gracias por tu comentario.Siempre animando.
Besos
Pues te había dejado un comentario muy bonito, y ya ni me acuerdo bien lo que decía. En esencia, supongo que sería que me ha gustado mucho el relato, que pone de manifiesto la complejidad del ser humano y el amplio espectro de sentimientos que podemos desarrollar, contradictorios en muchas ocasiones... en fin, que un beso!
Lo peor del relato, Carmen, es que es un retrato. El de la historia cotidiana de tanta gente. La asimilación revestida de un perdón que no llegó.
Pero que bien explicado está!. Los valores trastocados del mundo que vivimos se nos enfrentan como serpientes venenosas y acaban con nuestra vida.
Gracias por recordarmelo en tu relato. Un beso.
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