domingo, 21 de abril de 2013

LA DECISIÓN.

JAROSLAV KUBICKY.


LA DECISIÓN.

“No puedes tomar una decisión de ese calibre así, sin más. Eres muy joven, te falta experiencia, hay muchos de aspectos de la vida que no conoces y que ni te has parado a querer conocer siquiera una vez. Te arrepentirás y cuando lo hagas habrás dejado pasar los mejores años de tu vida. Hazme caso, vive un poco más antes, y si luego sigues firme en tu pensamiento no te volveré a decir nada. Prometido”.

Las palabras de Sofía se repetían una y otra vez en mi cabeza mientras me dirigía a la fiesta que organizaba en su casa. Bien, le haría caso “experimentaría” pero mi determinación era firme.

Llamé a la puerta. La música retumbaba en el suelo y en mi estómago y un olor a alcohol y humo se filtraba por las rendijas. Tardaron en abrirme, lo hizo un desconocido que después de hacerlo se dio media vuelta. Me quedé unos instantes parada mientras acostumbraba mis ojos a la penumbra,  cerré la puerta y entré.

La luz de las velas distribuidas por el salón, el pasillo y la escalera daba un ambiente de misterio y sensualidad que se acrecentaba con el movimiento sinuoso de los cuerpos siguiendo el ritmo de la música. Al poco tiempo, mientras miraba a mi alrededor, noté una mano que me cogía de la muñeca, era Sofía.

—¡Ya estás aquí! Menos mal, pensé que te ibas a echar atrás. Ven.

Subimos por la escalera y entramos en su cuarto.

—Quítate esa ropa, por Dios. Ponte algo de lo que hay en el armario. Te dejo. Manuel está aquí, date prisa. Te espera abajo.

No sabía que Manuel estuviera invitado, estuve a punto de irme, las pocas veces que lo había visto me quedaba bloqueada incapaz de articular palabra, me gustaba y Sofía lo sabía. Bueno, mi objetivo era experimentar y convencer a Sofía de que mi decisión era firme. Me quedaría.

Miré  mi atuendo, era clásico pero tampoco estaba tan mal. Lo que estaba claro es que no iba con el ambiente que vi abajo. Abrí el armario y escogí varias prendas, todas eran igualmente provocativas e inusuales para mi estilo. Me las puse y cerré la puerta para mirarme en el  espejo. Vi mi cuerpo como nunca lo había hecho antes. La falda negra se ajustaba perfectamente a mis caderas y el top resaltaba mi pecho haciéndome dudar de que realmente fuera mío.

Entró Sofía con una copa en la mano.

—Guauuuu…, estás increíble.

Dejó la copa en la mesilla y sacó de no sé dónde unos zapatos rojos de tacón infinito.

—Toma, es lo único que te falta.

Bajé las escaleras disimulando a penas el temblor de mis piernas y lo vi y me vio. Su sonrisa desencadenó un escalofrío que recorrió mi espalda desnuda, se acercó y me besó en la mejilla.

De modo absolutamente espontáneo comenzamos a bailar cada vez más cerca el uno del otro. Me sentí flotando entre el humo de los cigarrillos y el olor de su cuerpo, la timidez dio paso a una laxitud maravillosa. Sentí el aliento de Manuel en la nuca  y su voz susurró en mi oído mientras mordía el lóbulo de la oreja: “Estás guapísima…”

Nunca me había sentido tan atractiva, jamás me percaté de que podía despertar el deseo sexual de un hombre. Era la primera vez que recorrían unas manos mi cuerpo con pasión, acariciándome, cubriendo cada poro erizado de mi piel, esas manos se multiplicaban produciendo sensaciones antes desconocidas.
Manuel sujetó mi cuello con sus manos y me besó intensamente. Sentí que me abandonaba dispuesta a dejar que mi cuerpo siguiera disfrutando….



Unos golpes en la puerta me sobresaltaron. Miré a mi alrededor, la luz tenue del amanecer se colaba por las rendijas de la persiana. Respiraba agitadamente, el camisón formaba un revoltijo por encima de mi cintura, las sábanas estaban húmedas y un cosquilleo tremendamente intenso bajaba por mi vientre.

Volvieron a llamar de forma más vehemente acompañando, esta vez, los toques en la puerta con la voz estridente de la Hermana Águeda:

—¡Lucía es la segunda vez en esta semana que llegará tarde a Maitines! Menuda novicia que está usted hecha. Y se marchó rezongando por el pasillo del convento.

En ese momento supe exactamente lo que debía hacer.


 CARMEN FABRE.

3 comentarios:

Manuel dijo...

Pues si, totalmente de acuerdo: ya va siendo hora!

Hay que tener en cuenta que no siempre se tiene una Sofía a mano, ¿verdad?

Vichoff dijo...

Qué bueno, Carmen. Qué manera de distraer al lector con la frivolidad de la escena de la fiesta para luego dejalo noqueado con el final.
Qué gran relato te salió, jamía.
Abrazos, muchos.

Mila Aumente dijo...

Está claro que no tenía vocación de monja. A veces los sueños (los que transcurren mientras dormimos) nos hacen ver la vida con más claridad.

Me ha gustado mucho la historia de esta mujer mal encaminada hacia El Señor. ¡ y es qué es tan fácil equivocar los caminos!! jajaja

Besitos.

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