JAROSLAV KUBICKY. |
LA DECISIÓN.
“No puedes
tomar una decisión de ese calibre así, sin más. Eres muy joven, te falta
experiencia, hay muchos de aspectos de la vida que no conoces y que ni te has
parado a querer conocer siquiera una vez. Te arrepentirás y cuando lo hagas habrás
dejado pasar los mejores años de tu vida. Hazme caso, vive un poco más antes, y
si luego sigues firme en tu pensamiento no te volveré a decir nada. Prometido”.
Las palabras
de Sofía se repetían una y otra vez en mi cabeza mientras me dirigía a la fiesta
que organizaba en su casa. Bien, le haría caso “experimentaría” pero mi
determinación era firme.
Llamé a la
puerta. La música retumbaba en el suelo y en mi estómago y un olor a alcohol y
humo se filtraba por las rendijas. Tardaron en abrirme, lo hizo un desconocido
que después de hacerlo se dio media vuelta. Me quedé unos instantes parada
mientras acostumbraba mis ojos a la penumbra,
cerré la puerta y entré.
La luz de
las velas distribuidas por el salón, el pasillo y la escalera daba un ambiente
de misterio y sensualidad que se acrecentaba con el movimiento sinuoso de los
cuerpos siguiendo el ritmo de la música. Al poco tiempo, mientras miraba a mi
alrededor, noté una mano que me cogía de la muñeca, era Sofía.
—¡Ya estás
aquí! Menos mal, pensé que te ibas a echar atrás. Ven.
Subimos por
la escalera y entramos en su cuarto.
—Quítate esa
ropa, por Dios. Ponte algo de lo que hay en el armario. Te dejo. Manuel está
aquí, date prisa. Te espera abajo.
No sabía que
Manuel estuviera invitado, estuve a punto de irme, las pocas veces que lo había
visto me quedaba bloqueada incapaz de articular palabra, me gustaba y Sofía lo
sabía. Bueno, mi objetivo era experimentar y convencer a Sofía de que mi
decisión era firme. Me quedaría.
Miré mi atuendo, era clásico pero tampoco estaba
tan mal. Lo que estaba claro es que no iba con el ambiente que vi abajo. Abrí
el armario y escogí varias prendas, todas eran igualmente provocativas e
inusuales para mi estilo. Me las puse y cerré la puerta para mirarme en el espejo. Vi mi cuerpo como nunca lo había hecho
antes. La falda negra se ajustaba perfectamente a mis caderas y el top
resaltaba mi pecho haciéndome dudar de que realmente fuera mío.
Entró Sofía
con una copa en la mano.
—Guauuuu…,
estás increíble.
Dejó la copa
en la mesilla y sacó de no sé dónde unos zapatos rojos de tacón infinito.
—Toma, es lo
único que te falta.
Bajé las
escaleras disimulando a penas el temblor de mis piernas y lo vi y me vio. Su
sonrisa desencadenó un escalofrío que recorrió mi espalda desnuda, se acercó y
me besó en la mejilla.
De modo
absolutamente espontáneo comenzamos a bailar cada vez más cerca el uno del
otro. Me sentí flotando entre el humo de los cigarrillos y el olor de su
cuerpo, la timidez dio paso a una laxitud maravillosa. Sentí el aliento de
Manuel en la nuca y su voz susurró en mi
oído mientras mordía el lóbulo de la oreja: “Estás guapísima…”
Nunca me
había sentido tan atractiva, jamás me percaté de que podía despertar el deseo
sexual de un hombre. Era la primera vez que recorrían unas manos mi cuerpo con
pasión, acariciándome, cubriendo cada poro erizado de mi piel, esas manos se
multiplicaban produciendo sensaciones antes desconocidas.
Manuel sujetó mi cuello con sus manos y me besó intensamente.
Sentí que me abandonaba dispuesta a dejar que mi cuerpo siguiera disfrutando….
Unos golpes
en la puerta me sobresaltaron. Miré a mi alrededor, la luz tenue del amanecer
se colaba por las rendijas de la persiana. Respiraba agitadamente, el camisón
formaba un revoltijo por encima de mi cintura, las sábanas estaban húmedas y un
cosquilleo tremendamente intenso bajaba por mi vientre.
Volvieron a
llamar de forma más vehemente acompañando, esta vez, los toques en la puerta
con la voz estridente de la Hermana Águeda:
—¡Lucía es
la segunda vez en esta semana que llegará tarde a Maitines! Menuda novicia que
está usted hecha. Y se marchó rezongando por el pasillo del convento.
En ese
momento supe exactamente lo que debía hacer.
CARMEN FABRE.
3 comentarios:
Pues si, totalmente de acuerdo: ya va siendo hora!
Hay que tener en cuenta que no siempre se tiene una Sofía a mano, ¿verdad?
Qué bueno, Carmen. Qué manera de distraer al lector con la frivolidad de la escena de la fiesta para luego dejalo noqueado con el final.
Qué gran relato te salió, jamía.
Abrazos, muchos.
Está claro que no tenía vocación de monja. A veces los sueños (los que transcurren mientras dormimos) nos hacen ver la vida con más claridad.
Me ha gustado mucho la historia de esta mujer mal encaminada hacia El Señor. ¡ y es qué es tan fácil equivocar los caminos!! jajaja
Besitos.
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