INICIACIÓN.
Lo miraba con impotencia. No sabía qué hacer, no valía para
educar un adolescente. Ni en sus sueños más extraños podría haber imaginado la
situación que estaba viviendo.
Decidió hace muchos años que no tendría hijos, que no
traería a este mundo tan inacabado e imperfecto a nadie. Y así había
transcurrido su vida hasta hace seis meses en que llegó a ella Edu.
Edu era el hijo de su mejor amiga, Amaya.
Hace catorce años, entre
bromas y risas, Amaya le propuso que fuera la “madrina civil” del hijo que iba
a tener. Dijo que sí y planearon una celebración por todo lo alto con amigos y
conocidos. A partir de ese momento se convirtió en la tía Ana, en la madrina de
Edu.
Amaya y Luis murieron
en un accidente. No tenían familia y Ana intervino para hacerse cargo de su
hijo.
Fue a buscarlo al aeropuerto y le llevó un libro de regalo: “El sabueso de los Baskerville” de A. Connan
Doyle.
—¿Qué es esto?—dijo Edu.
—Una historia de misterio, de aventuras. Es de Sherlock Holmes un detective que…
—Ah, vale, un libro—dijo— y lo metió de cualquier manera en
la mochila.
—No me gusta leer, prefiero la Play. A mi madre sí que le
gustaba pero a mí no, nada.
Y se dio media vuelta.
Ya en casa los días transcurrían lentos. Amaya se dedicó a
buscar instituto, a ir al ambulatorio y asignarle médico de cabecera, a
preparar una habitación adecuada para él…En definitiva a organizar su vida a
partir de que Edu entró en ella.
En el salón se escuchaba el sonido repetitivo y monótono de
la Play y el eco de la música que se escapaba de los auriculares del iPod. Edu
no hacía otra cosa durante el día, se levantaba del sofá para comer o ir al
baño.
Lo miró desde la puerta durante un rato, suspiró y meneó la
cabeza de un lado a otro mientras se iba sin saber muy bien qué hacer.
Cogió el libro que compró para él: “El sabueso de los Baskerville”, se sentó en la butaca de su
despacho, encendió la lámpara de pie y comenzó a leer.
Pasó el tiempo.
“Habían recorrido
alrededor de media legua cuando se cruzaron con uno de los pastores que
guardaban durante la noche el ganado del páramo, y lo interrogaron a grandes
voces, pidiéndole noticias de la partida de caza. Y aquel hombre, según cuenta
la historia, aunque se hallaba tan dominado por el miedo que apenas podía
hablar, contó por fin que había visto a la desgraciada doncella y a los
sabuesos que seguían su pista”.
—Ana…
"Pero he visto
más que eso -añadió-, porque también me he cruzado con Hugo Baskerville a lomos
de su yegua negra, y tras él corría en silencio un sabueso infernal que nunca
quiera Dios que llegue a seguirme los pasos”.
—¡Tía Ana…Son las diez y media! Tengo hambre, ¿cenamos?
—¿Ya son las diez y media?—contestó Ana mirando su reloj.
—Se me ha pasado el tiempo volando. Sí, ahora cenamos.
Y se levantó llevando el libro con ella.
Mientras se freían las patatas siguió leyendo. Edu la miraba
con extrañeza.
—¿Es el libro que me regalaste?
—Sí. Lo leí hace muchos años. Y ahora lo estoy releyendo. Me
encanta.
Después de cenar Edu volvió con su Play y Ana con su libro.
—Me voy a la cama, Ana.
“De algún sitio en el
corazón de aquella masa blanca que seguía deslizándose llegó hasta nosotros un
tamborileo ligero y continuo. La niebla se hallaba a cincuenta metros de
nuestro escondite y los tres la contemplábamos sin saber qué horror estaba a
punto de brotar de sus entrañas. Yo me encontraba junto a Holmes y me volví un
instante hacia él. Lo vi pálido y exultante, brillándole los ojos a la luz de
la luna. De repente, sin embargo, su mirada adquirió una extraña fijeza y el
asombro le hizo abrir la boca”.
Silencio.
— ¡Tía! ¡Que me acuesto!—dijo Edu elevando la voz.
—Ah, perdona, no te había oído. Hasta mañana—contestó Ana
casi sin levantar la vista del libro.
“Era un sabueso, un enorme sabueso, negro como un tizón, pero distinto
a cualquiera que hayan visto nunca ojos humanos. De la boca abierta le brotaban
llamas, los ojos parecían carbones encendidos y un resplandor intermitente le
iluminaba el hocico, el pelaje del lomo y el cuello. Ni en la pesadilla más
delirante de un cerebro enloquecido podría haber tomado forma algo más feroz,
más horroroso, más infernal que la oscura forma y la cara cruel que se
precipitó sobre nosotros desde el muro de niebla”.
Edu se quedó un rato en la puerta del despacho de su tía
mirándola con curiosidad antes de ir a su cuarto.
Ana se quedó hasta terminar el libro.
A la mañana siguiente, cuando se levantó, Ana vio a Edu
sentado en la terraza leyendo el libro.
El iPod y la Play descansaban abandonados en el sofá.
CARMEN FABRE
4 comentarios:
Una buena forma de iniciación y un bonito relato. Un abrazo.
Sigues acumulando... conocimiento... y calidad literaria.
De acuerdo con Emilio.
Muchas gracias a los tres.
Un beso.
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