lunes, 24 de agosto de 2015

CRASH.


CRASH
Me sentía como uno de los ceniceros que había en casa de tío Enrique y que, en alguno de sus arrebatos, estrellaba contra el suelo.
Al día siguiente, pasada la borrachera, los recomponía pieza a pieza, con infinita paciencia. Nunca supe por qué lo hacía.
Esos ceniceros, de lejos, parecían enteros. Pero de cerca, al tocarlos se apreciaban los fragmentos rotos, las heridas cerradas chapuceramente.
Como las mías.

C.FABRE(fragmento)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un análisis acertado.
Las grietas de algunas personas son tan profundas que cualquier temblor puede dar al traste con sus esfuerzos de recomposición. El mejor pegamento suele ser el respeto y la lealtad incondicional.

Un abrazo.

carmen fabre dijo...

Así es Esther, así es.

Gracias por tu visita y comentario, muchos besos¡

Emilio Porta dijo...

Solo lo incondicional merece la pena - a propósito del comentario hecho por Esther Planelles - y es la única base de la amistad. Todo lo que no sea amor y amistad incondicional ni es amor, ni es amistad. Cuando se empiezan a poner en la balanza lo que se da y lo que se recibe entramos en... otra cosa, sí. Quizás me equivoque, no creo, pero yo he tenido esa suerte de encontrar personas que entienden esto tan sencillo: querer no es recibir. Es querer. Parece de perogrullo, pero no lo es. Las personas pasamos por etapas, por situaciones, en las que lo importante es percibir el cariño profundo de los que son tus amigos y personas que son parte de tu vida. La incondicionalidad no juzga ni prejuzga. Solo está. Por lo demás... el relato de Carmen, es, una vez más, de los que a mí me gustan. Los que hacen que la Literatura no sea un simple adorno, sino un camino de conocimiento y reflexión.

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