Había que
reparar y eliminar del coche cualquier
huella de lo sucedido lo más rápido posible, antes de que la policía y el
seguro empezaran a investigar. Toda la familia, en cierto modo,
estaba implicada en el suceso, todos eran culpables de lo acontecido.
Se trataba de
un viaje normal, como tantos otros, pero lo que
pasó cambió la vida de todos. Sucedió
de modo imprevisto. Nadie lo pudo prever; el padre discutía con la madre
acerca del camino a seguir, los hijos se peleaban por el móvil y la abuela
protestaba porque siempre estaban de trifulca y no la dejaban dormir.
No hubo tiempo
de girar el volante, ni siquiera de pensarlo. El golpe sordo de algo contra el
parachoques, el ruido de cristales rotos de los faros, el chirrido de los frenos, el grito de todos, casi al unísono, y la
visión de un bulto gris rebotando, elevándose hacia el parabrisas y cayendo
finalmente a un lado, se superpusieron en un instante que acabó con un silencio
estentóreo, otorgando a la situación una irrealidad asombrosa.
Algo había salido del otro lado de la
carretera, era brillante, muy brillante… chocó con el coche, lo atropellaron.
¿Qué era aquello? ¿Un gato? ¿Un perro? ¿Un corzo? ¿Un hombre? Solo vieron una luz potente y
escucharon un zumbido como si se rasgase el aire.
-¿Qué ha sido
eso?-dijo el padre.
-¡No pares! ¡Sigue
adelante!-gritó la madre que, nerviosa,
miraba hacia atrás.
-¡Papá! ¡Era
una paloma gigante, yo la vi!
Pararon el coche
en el borde de la carretera; los rayos
del atardecer iluminaban el camino. El padre se bajó rápidamente, nervioso y preocupado, un sinfín de posibles
situaciones se le venían a la cabeza: un cadáver, la policía, la cárcel, un
juicio… dinero, problemas, todo lo que le parecía que pudiera ocurrir a partir
de ese instante, serían problemas.
-¡Quedaos todos
dentro del coche, no bajéis para nada hasta que vea lo que ha sucedido!
- No lo vi
aparecer, surgió de la nada… Dios mío que no sea una persona
Miró
sorprendido el coche, había sangre y plumas mezcladas No entendía nada, no podían
haber chocado con un ave, el golpe era grande y los daños causados no correspondían, de ninguna manera, a los
que se hubieran producido de ser así.
A unos veinte
metros del vehículo estaba aquello contra lo que habían chocado, se acercó y lo
que vio le dejó estupefacto: Una túnica blanca y un par de alas blancas manchadas de sangre, además de una flor, un
lirio, del que parecía salir una luz interior que se iba desvaneciendo.
Miró alrededor,
no había nada más. Se dirigió hacia las cunetas, nada, ni rastro de cuerpo
alguno que pudiera pertenecer a un ser vivo.
Le entró miedo,
un terror indescriptible ¿Contra qué había chocado? ¿A qué o quién había
atropellado?
Corrió hacia el
coche como si le persiguiera el mismísimo Belcebú, entró, introdujo la llave de
contacto, arrancó y aceleró bruscamente.
-¿Qué has
visto? ¿Qué hay en la carretera? –dijo su mujer que había intentado mantener a
todos relativamente tranquilos, algo bastante difícil.
-¿A que era una
paloma gigante, papá?
Su hija
insistía en ello, el hermano se burlaba
de la niña, la abuela lloraba y
su mujer continuaba interpelándole bruscamente.
Volvió a parar
el coche frenando de modo violento y dijo ásperamente, en un tono que no
admitía contestación:
-Aquí no ha
pasado nada, ¿me oís? Nada. Ahora vamos a lavar el coche y al taller de Juan a
arreglar los daños… ya veré qué explicación doy.
Todos se
callaron y el viaje prosiguió en un silencio absoluto.
Desde ese día,
Manuel, no logra conciliar el sueño, ni quiere; en cuanto lo consigue escucha
de modo constante a toda la corte celestial entonando la LACRIMOSA de Mozart y
una luz cegadora e intensa llena su mente…
CARMEN FABRE
.
3 comentarios:
Hola Carmen,
Con este relato me has tenido en vilo hasta el final y el final, desde luego, es bastante infernal.
Un saludo.
Gracias José Antonio.
La verdad es que algo "infernal " ya es..
Un abrazo.
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