Ninguna de ellas sabía que su
destino las haría confluir en un mismo momento, en una misma historia. Las tres
vivían en el mismo edificio y nunca se habían cruzado y si lo hicieron alguna
vez, no repararon en la existencia de la otra. Dieciséis plantas, cinco
ascensores y tres escaleras no facilitaban la coincidencia ni la conversación
pausada.
Las tres llegaban a su casa más o
menos a la misma hora, cuando la noche se adueña del atardecer y partían al
trabajo casi a la vez, al amanecer de un nuevo día que poco se diferenciaría
del anterior. Vidas paralelas, semejantes e igual de anodinas. Cada una con sus fantasmas a
cuestas y sus realidades pesando en el
lugar en que se acumulan, la boca del estómago.
A las horas que ,simultáneamente
y separadas por varios pisos , paredes, puertas y escaleras estaban en el edificio de
apartamentos , en cada noche en la que
se sumaban eternidades ,intentaban encontrarse a sí mismas o percibir una
salida , una señal que les indicase cómo liberarse de sus ataduras y miedos.
Amelia miraba el televisor
encendido, pasando las horas sin sentir, recibiendo los destellos de imágenes y
sonidos sobre sus ojos y oídos agotados. Pilar se tumbaba en el sofá y
observaba una mancha de la pared que parecía estar cubierta por una nube de
pensamientos y María tomaba la segunda copa a oscuras, en medio del silencio.
Pasa el tiempo .Amelia esperaba a su marido de un momento a otro y
la sordidez de sus vidas se plantaría delante de ella otra vez. Pilar no
esperaba a nadie y María cavilaba en cómo mantener a su hija ella sola.
Tres mujeres solas, lejanas pero
cercanas que no sabían formarían parte de una misma historia.
Un sonido crujiente, fuerte e intenso
las sacó del letargo interior implantado en cada una al final del día. No
sabían que tras el estallido oirían las sirenas, que las grietas abiertas en
los muros engullirían sus pensamientos,
que serían parte de un enjambre de cal, enseres y escombros, que la furia de
los dioses de la tierra se descargaría en ellas y ya no habría ni apartamentos
ni ascensores ni escaleras que las separasen, solo solidaridad entre llantos y
miedos y frío…
Un abrazo común las unió en el
frío de la intemperie y una salmodia unísona fluyó de sus labios.
CARMEN FABRE
Imagen de Jaroslav Kubicky
8 comentarios:
Qué bueno, Carmen, qué bien conduces el relato hasta un final extraordinario.
Un abrazo.
Caray, unidas por la tragedia.
Besos
Muy bueno, Carmen, y estremecedor. Un beso.
Impresionante.
Así es Ángeles. A veces vivimos sin vernos hasta que algo trágico nos pone delante del otro.Gracias y un beso.
Gracias FEFA. Un beso¡¡
Encantada de verte por aquí María y gracias .Un beso.
Muchas gracias Miguel. Un abrazo y ven cuando quieras.
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