lunes, 21 de enero de 2013

LA MUDANZA.


    
Invertí varias semanas en mirar pisos de alquiler; todos tenían algún inconveniente o, al menos, eso veía yo. O  el salón estaba muy cerca de la cocina y al guisar seguro que el olor se notaría inmediatamente o el baño era demasiado pequeño o demasiado grande o no me gustaban los azulejos o el suelo , o, o.. o… Lo que realmente ocurría era que, en el fondo, no quería irme de mi casa ni de la vida compartida con David.

Encontré uno muy parecido al mío, al que deseaba dejar intentando pasar página. El alquiler  suponía más dinero del que tenía en mente pero estaba cerca del trabajo. Me decidí y firmé el contrato.

Contacté con una empresa de mudanzas y en dos días el salón estaba colonizado por cajas y paquetes embalados en papel de burbujas, al ver tanto plástico con burbujitas pensé que explotarlas me ayudaría, en algún  momento, a sofocar la ansiedad, seguro.

Había vivido tres años en mi antigua casa y me resistía a abandonarla con todo lo que ello suponía; por eso dejar las llaves definitivamente me costaba y por eso cada día limpiaba mi nuevo piso sin acabar de hacerlo, por eso hoy iba a traer en una maleta enorme la ropa que me quedaba pero volví con tres sartenes y un bote de espaguetis en una bolsa de Carrefour.

Ayer pensé en llamar a David, en decirle que tiene que venir  casa, que soy un desastre que he hecho fatal la mudanza y que seguro que me podría ayudar porque él sabe siempre perfectamente donde va cada cosa, cada objeto, cada documento, cada libro…Pero fui yo la que le dijo que se marchara, la que le echó de mi lado, no puedo llamarle ahora y decirle como si nada: hola David ¿cómo estás? Yo muy bien, aquí de mudanza y ya sabes que soy una calamidad, ¿te importaría…? Imposible, no puedo hacerlo, sospecharía que me estoy burlando de él.

Poco a poco fui colocando los enseres a la vez que recolocaba los sentimientos en mi mente: Tú, duda, aquí; tú nostalgia, quítate, no estés siempre en medio, retírate y ponte al lado de aquel libro de poemas en el rincón, al lado del trigémino; tú, desencanto, vete con ella. Tú, autoestima adelántate y ponte en el prefrontal, en primera fila y¡ haz tu trabajo de una vez¡

Aparecieron, entre ellos, objetos de David. Tendría que llamarle, pero ahora no, más adelante. Puede pasar perfectamente sin su funda de móvil o sin el mechero que le regalé cuando vine de Ceuta. Sí, más adelante le llamaría. Aunque el mechero le gustó mucho, en su momento.

Encontré cosas que daba por perdidas y me alegré, como si me hubieran hecho un regalo. Puse todo en su sitio nuevo, cambié la colocación de los cubiertos en el cajón, David tenía una manera peculiar de hacerlo y me gustaba pero no quería que el simple hecho de buscar un tenedor o una cucharilla para remover el café me descolocase y sé que pasaría; me conozco.

Colgué cuadros, coloqué la ropa en los cajones y armarios, los libros a mi aire, sin orden lógico, en los estantes, carpetas de facturas, recibos, avisos del banco etc. en el clasificador… hice las camas, resitué los muebles de mi cuarto varias veces…cambié las cortinas de habitación otras tantas y llené la nevera. Compré zumo de piña, el preferido de David.

Todo iba más o menos bien hasta que empecé con  los elementos de aseo. En una de las bolsas apareció una cajita que no era una simple cajita. Era la cajita de los tapones de los oídos de David. Me quedé mirándola como sonámbula durante no sé cuánto tiempo.

Estaba claro ahora sí que tendría que llamar a David, es imposible que esté sin sus tapones de los oídos. Voy a por el móvil.


CARMEN FABRE.



5 comentarios:

Pilar dijo...

Siempre se encuentra alguna excusa para acabar llamando :) un gusto pasar por aqui. Besos!

carmen fabre dijo...

Gracias Pilar, sí, es cierto y si no la encontramos seguimos buscando con insistencia..Un beso, preciosa y gracias¡¡

Mila Aumente dijo...

Qué buen relato, Carmen. Cuesta mucho deshacerse de lo cotidiano. Pero, ¿para qué quería hablar la protagonista de tu cuento con un señor que no la escuchaba? A veces,o seguramente siempre, es mejor estar solo que mal acompañado.

Un besito.

Rosa dijo...

Si es que hay cosas que no cambian nunca, pero hay que saber contarlo tan bien como tú y hacer de tu relato un regalo delicioso para un alto en el camino en una tarde lluviosa.

Gracias por este regalo mi niña. Un abrazo

Nines Díaz Molinero dijo...

Me ha gustado mucho el desenlace de este buen relato.

Un beso.

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