viernes, 10 de mayo de 2013

IMPOTENCIA.



IMPOTENCIA.

Una sombra cada vez más alargada se extendía y oscurecía mis pensamientos, me sentía tremendamente triste. Mi madre había muerto y yo iba conduciendo con mi padre al lado camino del pueblo para enterrarla. El coche fúnebre emprendió la marcha delante de nosotros, y al poco tiempo se perdió entre la maraña de vehículos que salía de Madrid. Habíamos quedado en Espinosa con él y el resto de la comitiva a las cinco de la tarde, cada uno que fuera a su ritmo.

 El viaje transcurría tranquilo, pasamos Buitrago, La Cabrera…pueblos que evocaban los veranos de mi niñez y precoz adolescencia, cuando toda la familia y el perro salíamos de vacaciones para tres meses, metidos, no sé cómo, en el seiscientos.Iba absorta en mis recuerdos cuando de pronto, justo cuando tomaba la salida de la autopista lo noté, estaba   llegando, ahí estaba otra vez, no podía hacer nada para evitarlo y lo sabía. Sin avisar, como siempre.

 Una sensación de angustia ascendió por mi pecho hasta la garganta trenzando un nudo invisible cada vez más patente que  me ahogaba. Ya sabía lo que vendría a continuación. Miré a mi padre y vi que afortunadamente estaba como adormecido, sin darse cuenta de nada.

Disminuí la velocidad y me desplacé al carril derecho. Tenía que avanzar despacio, conducir de modo casi automático y centrarme en controlar el cuadro fisiológico que se iba extendiendo y que tan bien conocía. ”Puedo controlarlo y tengo que controlarlo”. Pero todos los recursos que debía emplear cuando notaba que se iniciaba uno de mis ataques de ansiedad, no podía utilizarlos: no podía dejar la mente en blanco, no podía pensar en nada, ni cerrar los ojos, no podía meter mi cara en una bolsa de plástico, no podía hacer nada de eso, nada…haciendo un gran esfuerzo abrí de par en par los ojos y delante de mí vi uno de los túneles de Somosierra. Perdí la poca tranquilidad que me quedaba al mirar aquella oquedad oscura, tenebrosa, en la que me faltaría todavía más el aire que ya entraba en mí boqueando como un pez. Hiperventilaba de modo cada vez más intenso, el corazón me hacía daño con sus latidos en el pecho. Las manos se me resbalaban en el volante del sudor y un temblor de brazos y piernas impedía que coordinase los movimientos para conducir. No podía pensar. Las bocinas de los coches sonaban a mi alrededor, mi padre se incorporó para mirarme y decirme algo que no oí. No sé cómo detuve el coche y la oscuridad se apoderó de todo. Tenía que salir de allí, me faltaba el aire, me ahogaba.

La puerta se abrió bruscamente, alguien me levantó y sacó en volandas mientras me hablaba, pero yo no entendía lo que decía, solo notaba unas inmensas ganas de vomitar, dolor en el pecho, sudores fríos y un terror anticipatorio que me bloqueaba e impedía casi respirar…Noté una mano que me acariciaba y rompí a llorar de modo convulso y descontrolado, quien fuese me abrazó y escuché: “Shsssss, shssssss… no pasa nada, respira despacio, muy despacio, acompásate a mí” y me apretó a su cuerpo.

 Fui calmándome y al rato levanté la vista. Mi padre estaba compungido, no entendía nada de lo que me había ocurrido. Al darme cuenta de la proximidad de un cuerpo me sentí avergonzada e intenté retirarme, quité la mano de un modo súbito, me pareció que la tenía tan apretada que debía interrumpirle la circulación. Me sentí incómoda.

—Shssss, no te preocupes —me dijo casi susurrando —Todo está en tu mente. Todo se supera. Tú puedes hacerlo. Cierra los ojos. Piensa en algún lugar donde te gustaría estar, en un sitio tranquilo, relájate….

— ¿Cómo te llamas?

—Carmen—dije en un hilo de voz.

No recuerdo exactamente qué ocurrió a continuación ni tengo consciencia exacta de nada más hasta el momento del entierro de mi madre, pero no olvidaré aquella sensación de no poder hacer nada, ni la de poder superar todo que me transmitió aquella persona. Nunca supe quién era ni cuál era su nombre.

CARMEN FABRE.


2 comentarios:

Vichoff dijo...

Una experiencia inquietante, desde luego. Pero a veces aparecen esos ángeles de la guarda que nos sujetan cuando estábamos a punto de caer.

Yo también lamentaría no haber podido darle las gracias.

Un gran relato, Carmen.

carmen fabre dijo...

Gracias Fefa, sí hay ángeles y las dos lo sabemos..

Besos.

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