viernes, 3 de enero de 2014

TIRSO.


TIRSO.

Tirso era un hombre enjuto, delgado, seco, de edad indefinida.

 Se sentaba siempre en la misma mesa  del café Viena y  continuamente escribía  poemas.

 No veía ni percibía nada de lo que ocurría a su alrededor.

 Al final de la tarde  los regalaba  declamando al público con ampulosidad. A cambio  recibía algunas monedas y cenaba allí mismo antes de que el café cerrara.

 Una tarde ya no estaba, nadie supo dar razón de él.

Y desapareció de mi memoria.

Pero hoy, al refugiarme de la lluvia en el Viena,  una mesa  vacía en un rincón ha  sido suficiente para que vivera otra vez.

CARMEN FABRE.

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3 comentarios:

Emilio Porta dijo...

Todos existimos mientras estemos en la memoria de alguien. Este relato lo describe muy bien. En esa mezcla de realidad y sueños que es la vida, el pensamiento es quien decide lo que es y lo que no es. El pensamiento individual crea, por acumulación, la memoria colectiva. A veces ese pensamiento se traslada a los libros. Otras se queda impreso en una página de la red. Tirso, gracias a ti - sea real o imaginario - vivirá para siempre.

Mari Carmen Azkona dijo...

Nada ni nadie que se recuerde se pierde para siempre. Yo lo sé… y tú también, solo hace falta disfrutar de esta lectura tan emotiva y entrañable para saberlo. En mi próxima visita a Madrid visitaré el café Viena :-)

Besos y un fuerte abrazo

carmen fabre dijo...

Los dos tenéis razón, queridos amigos.

Gracias y un abrazo.

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