TIRSO.
Tirso era un hombre enjuto, delgado, seco, de edad
indefinida.
Se sentaba siempre en
la misma mesa del café Viena y continuamente escribía poemas.
No veía ni percibía
nada de lo que ocurría a su alrededor.
Al final de la tarde los regalaba
declamando al público con ampulosidad. A cambio recibía algunas monedas y cenaba allí mismo
antes de que el café cerrara.
Una tarde ya no
estaba, nadie supo dar razón de él.
Y desapareció de mi
memoria.
Pero hoy, al refugiarme de la lluvia en el Viena, una mesa vacía en un rincón ha sido suficiente para que vivera otra vez.
CARMEN FABRE.
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3 comentarios:
Todos existimos mientras estemos en la memoria de alguien. Este relato lo describe muy bien. En esa mezcla de realidad y sueños que es la vida, el pensamiento es quien decide lo que es y lo que no es. El pensamiento individual crea, por acumulación, la memoria colectiva. A veces ese pensamiento se traslada a los libros. Otras se queda impreso en una página de la red. Tirso, gracias a ti - sea real o imaginario - vivirá para siempre.
Nada ni nadie que se recuerde se pierde para siempre. Yo lo sé… y tú también, solo hace falta disfrutar de esta lectura tan emotiva y entrañable para saberlo. En mi próxima visita a Madrid visitaré el café Viena :-)
Besos y un fuerte abrazo
Los dos tenéis razón, queridos amigos.
Gracias y un abrazo.
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Gracias por visitarme.