Cuentan que cada noche
tenían una cita a las doce en punto. A otras horas se encontraban furtivamente,
se rozaban… Pero a las doce con la oscuridad como cómplice y la luna como
testigo se tocaban, susurraban las palabras retenidas durante el día y se
besaban.
Una noche él tardaba. Ella
pensó: ¿Le habrá pasado algo? Tendría que haberlo visto ya doblar la esquina…
Él, desesperado, se había quedado atascado a las 23.40 y no
podía moverse.
Al cabo del tiempo, ella se volvió loca de tanto esperar y
comenzó a dar vueltas de un modo frenético.
Y dicen que desde
entonces, para los enamorados los días
son horas y las horas minutos.
CARMEN FABRE
10 comentarios:
¡Qué bueno! Parece hasta un cuento sufi.
Gracias Ángeles, un beso.
Brillante. Inteligente. Preciso. Magnifico, en una palabra.
¡Que bueno!
Si es que a los relojes y al amor hay que hacerles unmantenimiento muy cuidadoso, que si no pasa lo que pasa.
Muy buen relato, Carmen. Un beso.
¡Precioso!. Me ha encantado. Sutíl y lleno de dulzura. Un abrazo cielo
Gracias Emilio¡¡
Un beso.
Así es Manuel, hay que cuidarlos.
Un beso.
Muchas gracias, Yolanda.
Besos.
Me alegro de que te haya parecido así, Rosa .
Un beso y gracias.
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