CINCO MINUTOS.
Salí antes del trabajo. La tarde
se me había dado bien, terminé los informes más rápido de lo que pensaba y si
me daba prisa llegaría a coger el tren de las 15.40.
Cuando estaba a punto de
marcharme sonó el móvil, era Luisa, dudé entre atenderlo o dejar que saltara el
buzón de voz, lo cogí y me entretuvo. Siempre era la misma conversación:
problemas con su pareja, con su hija Elisa, con el trabajo…pero ella, aparte de
una buena amiga de Carla, era también mi amiga. Vi cómo partía el tren. Esperaría
al siguiente, el de las 15,45. Cinco minutos más o menos no importaban
demasiado.
La circulación se ralentizó a
causa de un pequeño accidente, algo había caído en las vías. En la estación las
escaleras mecánicas no funcionaban, tres tramos subiendo a pie que se me
hicieron interminables y me avisaron de
que debía dejar de fumar y, quizás, retomar la costumbre de ir al gimnasio. Me
faltaba el resuello.
Ya en la calle recordé que tenía encargadas en la farmacia las gafas
de cerca y me pasé a buscarlas. De allí directamente a casa. Estaría bien pasar
la tarde con Carla podríamos ir al cine a las sesión de seis y luego tomar un café antes de volver a casa.
Me apetecía mucho.
Al llegar al ascensor salió
María, la vecina del cuarto derecha, buena gente pero indiscreta y con ganas de
charla, siempre. No podía zafarme de ninguna manera, bueno, cinco minutos más o
menos no importaban mucho.
—Hombre, Juan ¿Qué tal estáis?
Hace mucho que no os veo a Carla y a ti ¿Todo bien? —me dijo prácticamente
bloqueando la puerta del ascensor.
—Bien, bien, todo bien—contesté
con una sonrisa algo forzada y haciendo un gesto para poder pasar al interior
de la cabina—gracias, María, buenas tardes.
Llegué a casa, abrí la puerta y vi a Carla en ropa interior a punto de entrar en
la cocina.
—Hola Juan—me dijo algo nerviosa —llegas
pronto… te estaba preparando una sorpresa, ven.
Y me abrazó apasionadamente.
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Estupendo, se me ha dado muy bien
la jornada. Podré salir antes y llegar a casa para darle una sorpresa a Carla.
Si me doy prisa puedo tomar el tren de las 15.40. Suena el móvil… Es Luisa,
mejor no lo cojo, es muy pesada y me va a entretener, precisamente hoy que
puedo irme antes. No, definitivamente no, que deje el mensaje y luego la llamo.
Bien, ya estoy en el tren y la
circulación es fluida, temía que a estas horas fuese más lenta, coincide con la salida del trabajo de los que tienen jornada continua. Ya estoy en la estación, subo las escaleras
mecánicas de dos en dos. Qué ganas de llegar a casa.
Paso cerca de la farmacia,
debería recoger las gafas, seguro que han llegado ya, pero si lo hago me
entretengo y no quiero. Esta tarde podríamos Carla y yo ir al cine y a tomar
algo después, mientras comentamos la
película. Hace mucho que no salimos tranquilamente por la tarde, normalmente cuando llego ya es prácticamente
de noche y no tengo ganas de nada. Me
apetece un montón.
Llamo al ascensor y llega
enseguida. Abro la puerta de casa y dejo las llaves en el “pongotodo” de la
entrada. Sigo por el pasillo, oigo ruidos en nuestra habitación, abro la puerta
y solo alcanzo a ver parte del cuerpo de Carla cubierto por el de un hombre…
Cinco minutos más o menos no
importan, o eso solemos pensar.
.
6 comentarios:
Qué bueno, reina de picas, qué rebueno.
Cómo nos gusta jugar al juego de las posibilidades.
Un abrazo enorme.
Pues sí, jugamos a ¿qué habría pasado si...? O a ¿y si hubiese llamado?
Besos, reina
Parece mentira cómo puede cambiarnos la vida en cinco minutos… Me encantan los multiversos y si los visito de tu mano, mucho más. Buen relato.
Besos y abrazos
Cinco minutos pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte. Nunca sabemos qué ocurrirá si hacemos una cosa u otra. Un estupendo relato muy bien desarrollado y que da gusto leer.
Un abrazo.
Gracias, Mari Carmen. La vida está llena de casualidades y elecciones.
Besos¡
Efectivamente, Josep, así es.
Muchos besos y gracias¡
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