jueves, 2 de julio de 2015

LA GOULUE.

LA GOULUE

El cartel frente a la entrada del Moulin Rouge reproducía una bailarina con las enaguas blancas, muy blancas y ejecutando una nueva danza creada hace poco, el Can-cán. Un baile que cortaba la respiración. Ocho minutos de armonía ejecutados a un ritmo frenético, siguiendo la partitura de Offenbach.

Llevaba un corpiño con un estampado de  lunares. Su pelo recogido en  un copete espeso y bien acabado, como una cimera .El escote, amplio,  permitiéndole lucir  sus hombros como  a ninguna de sus compañeras de baile.

Henri miraba satisfecho  aquel cartel, lo había dibujado él.

En la acera de la calle una gran cantidad de gente se agolpaba  impaciente por entrar. En el techo del edificio, majestuoso, el molino rojo giraba sus aspas con una cadencia que contrastaba con el ritmo que sonaba en el interior del local.

Accedió al local por la puerta trasera, recorrió lo más rápido que le permitían sus piernas deformadas un pasillo oscuro y se quedó entre bastidores. Llegó justo cuando comenzaba el espectáculo. La música era indescriptible y los chillidos de las bailarinas, magnéticos. Allí estaba ella, La Goulue, pequeña, de piel blanca, rubia, mostrando  su busto que sobresalía provocativamente fuera del corpiño negro.

En cuanto comenzaba a bailar las mejillas se  le sonrojan, el pelo se sale fuera de su sitio, los brazos se elevan , las piernas se doblan, se balancean, giran, golpean al aire  a través de una espuma de plisados destacando, por encima de la liga negra, un trozo de piel desnuda . Se da la vuelta, levanta las enaguas y enseña un corazón bordado  que se parte  en dos cuando se inclina…

—¡Más arriba, Goulue, más  arriba!—gritaba el público enardecido— Y entonces ella se acercaba provocativa  y quitaba el sombrero con la punta del pie a algún caballero  que se rendía de inmediato a su encanto.

Henri sintió unas ganas locas de salir a escena y, como ya había hecho en otras ocasiones, se estiró hacia arriba todo lo que pudo y sus piernas crecieron  inmediatamente junto con sus pantalones a cuadros. Se incorporó como un loco al baile y La Golulue lo abrazaba, besaba, cantaba y danzaba con él. La  chistera cayó de su cabeza, rodó hacia el hueco de la orquesta y acabó encima de uno de los trompetistas.

Acabaron el Can-cán con “Le grand-écart”,  dando un salto apoteósico  cayendo los dos  al suelo, gritando, casi en trance, con las piernas totalmente abiertas.

Y se cerró el telón.

Inmediatamente después estaba con La Goulue en el campo, rodeado de belleza, en un suelo mullido y verde. Era mediodía y hacía calor, se tumbaron. Ella le tendió sus brazos y Henri se dejó caer en ellos.

—Me gustas de cualquier manera, Henri—susurró ella su oído—Sean como sean tus piernas. Eres adorable.

Henri sonrió, la abrazó más fuerte  y, rodeando con sus manos la almohada, se dio la vuelta y siguió soñando.

C.FABRE



10 comentarios:

Anónimo dijo...

Un buen relato para recordar que la felicidad está en los gestos más sencillos y espontáneos. Espero que Henri haga su sueño realidad.
(Ojalá siguieran pintándose a mano los carteles que anuncian espectáculos. ¡Eran maravillosos!).

Un abrazo.

Rosa del Aire dijo...

¡Oh, la,la,lá! Que excelente descripción de ese otro tiempo, el París de la France siempre loco, para continuar soñando que puede ser verdad.
Un abrazo.

Rosa del Aire dijo...

¡Oh, la,la,lá! Que excelente descripción de ese otro tiempo, el París de la France siempre loco, para continuar soñando que puede ser verdad.
Un abrazo.

Emilio Porta dijo...

Henri Toulouse-Latrec... aristócrata y genio de la pintura al que la infancia le condenó a una piernas que nunca crecieron... pero sí su mente y su corazón. Perdido entre la absenta, olvidaba su dolor. Era un asiduo del Moulin Rouge y pintó muchos de sus carteles, auténticas obras de arte. Qué precioso cuento de homenaje y memoria a un hombre que solo en sueños pudo ser feliz.

carmen fabre dijo...

Esther, muchas gracias y sí, eran maravillosos.

carmen fabre dijo...

Gracias, Rosa. Un beso enorme.

carmen fabre dijo...

Emilio, al ver los cuadros de Henri Touluse en París me impresionaron de un modo especial y, sí, los sueños a veces es lo único que nos queda. Gracias, como siempre.

Besos.

Josep Mª Panadés dijo...

Un magnífico relato sobre el amor imposible, los deseos incumplidos y los sueños de quien le sobra imaginación e ilusiones.
Un abrazo.

Mari Carmen Azkona dijo...

Ya veo que no solo visitaste París, sino que te trajiste un trocito para compartirlo con nosotros. Qué bonito es soñar y hacer que sueñen nuestros personajes. Me encanta esta estampa, gracias por compartirla.

Besos y muchos abrazos

carmen fabre dijo...

Ver la estampa real de las aspas girando cadenciosamente sobre el techo ...fue mágico, el resto una historia que en los sueños pudo ser...

Gracias, querida amiga. Besos

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